lunes, 23 de noviembre de 2009

Un poco de mí

A veces pienso que pierdo el tiempo intentándolo, luego me convenzo de que podría ser peor, aunque no tenga muy claro lo que eso significa, finalmente bajo a la playa y sonrío como un imbécil a derecha e izquierda, como si la solución estuviera en sonreírle a la gente, y ahí me tenéis, forzando la mandíbula y poniendo cara de tipo-extraño-que-ha-encontrado-la-felicidad, aunque no dura mucho, ya que es tan agotador que opto por comprarme un helado y sentarme en un banco, como todo el mundo. Sin embargo al instante me doy cuenta que eso no es para mí, que tengo que seguir pedaleando hasta encontrar mi alma gemela, esté donde esté, y eso supone volver a arquear las cejas y parecer un actor borracho recién salido del manicomio. Pedaleando llego a la playa nudista, y allí, entre cuerpos luminosos pierdo la poca vergüenza que me queda. Contemplo la posibilidad de unirme a ellos, desnudarme y dejarme lamer por el sol. Y allí me quedo, hipnotizado por el tacto de la arena y acompañado por mis iguales.

En el camino de vuelta a casa respiro su olor entre la gente, su olor de niña buena, que lo impregna todo, también mi ropa. La recuerdo haciendo vaho en el cristal y dibujando una flor, siempre una flor, observando por la ventana a las señoras haciendo la compra, las mismas que cuchichean a espaldas de sus maridos, divertidas y alegres, como ella misma.

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