lunes, 30 de noviembre de 2009

Mischlinge (I)

Si hubiera nacido en otra época, mucho antes de la publicación de las leyes de herencia de Mendel, podría haber escapado del judaísmo mediante la conversión, pero no fue así, fui concebido durante un permiso que obtuvo el que sería mi padre durante los últimos compases de la batalla del Somme, en Francia, nueve meses después sacaría la cabeza en una habitación inmunda de Oranienburg, mi barrio. Me llamaría Moshe Veit aunque mis familiares acabarían llamándome "el pequeño Moses". Desde entonces fui considerado judío por el resto de los mortales. Ya no habría marcha atrás, de la judeidad no había escape posible. El ser judío se convertía en una condición inalienable de la que era imposible huir, no importaba tu voluntad, ni tus deseos, eras judío lo quisieras o no.
Mi padre nunca fue judío del todo aunque se muriera de ganas de serlo. Según las leyes de Mendel era un “Mischlinge”, un medio judío, ya que tan sólo contaba con dos abuelos de origen hebreo. Hasta tal punto llegaba su fervor hebraico, que en muchas ocasiones ocultó su descendencia aria, ya que, según sus propias palabras, su condición podía atraerle algún problema en el seno de la comunidad. Cosa que llegué a presenciar con mis propios ojos durante mi fatídico bar mitzva, cuando el rabino le reprochó su actitud “demasiado gentil” respecto a sus familiares. Mi padre, herido en su orgullo, no supo que contestar y se limitó a agachar la cabeza como era de costumbre.
Años más tarde estando en el frente del Este, ataviado ya con mi nueva identidad, me topé con uno de esos “Mischlinge” de la Wehrmacht. Se llamaba Thomas y parecía tan perdido que era incomprensible verlo con vida. Había sufrido los maltratos y las injurias de los oficiales al mando, así como de los otros miembros de su unidad, las actitudes amistosas eran extrañas y confusas, por lo que el aislamiento era su única salida. Buscó la muerte en el campo de batalla pero las balas le sorteaban. Se paseaba desnudo noche tras noche entre las líneas enemigas con la esperanza de que algún francotirador le viese, pero no lo veían, era invisible. Los rusos no querían matarle, eso es lo que me dijo. Al principio de la guerra se había esforzado en ocultar su identidad pero no había tenido éxito. La gente, de una forma u otro, se acababa enterando de todo. No debía haber más personas mestizas, eso fue lo segundo que dijo. Debía mantenerse una distinción clara entre alemanes y mestizos, de modo que se pudiera añadir un cierto estigma al término “Mischling”. Alemanes y mestizos debían vivir separados, alejados unos de otros. Sólo considerando claramente inaceptables a las personas de sangre mixta se podía mantener viva la conciencia racial, y evitar en el futuro el nacimiento de niños de sangre mixta. Me cuesta reconocerlo pero entonces estaba de acuerdo con todo lo que decía. Era evidente, Thomas se odiaba, y no quería que ningún niño se odiara como él. Rochluss, cabo segundo de la unidad, escuchó atentamente ambas ideas y se declaró a favor de la esterilización de personas de sangre mixta, si se le permitía permanecer en el territorio del Reich. Además, él mismo sugirió que fuese obligatorio un permiso de matrimonio para las personas de sangre mestiza, para mantener el control de la elección de pareja en todos los casos. El objetivo de una medida semejante sería evitar, bajo cualquier circunstancia, el matrimonio de los mestizos entre ellos, debido al peligro de que transmitieran a sus descendientes las características judías. Thomas y yo nos miramos y una gran tristeza se adueñó del mundo.

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