lunes, 30 de noviembre de 2009
El infierno
Hicimos una parada de reconocimiento en la pequeña estación de Malkina, donde soldados de las SS perdían el tiempo disparando a urogallos indefensos. Los miré con desgana y deseé decirles lo que sentía, quien era en realidad, quien había sido, explicarles que los urogallos no tenían la culpa de nada, tampoco los judíos, ni siquiera ellos, que llevaban la culpabilidad a cuestas, pero no tuve agallas y me limité a alzar el brazo como estaba establecido, siempre como estaba establecido.
Lammers me eligió como chófer para hacer una batida de reconocimiento. La carretera discurría junto a las vías del ferrocarril. Cuando a unos quince minutos en coche de Treblinka empezamos a ver cadáveres junto a la vía, primero dos o tres, luego más, y al llegar a la estación de Treblinka había centenares, allí tirados, pudriéndose al sol. En la estación nos encontramos con un tren lleno de judíos, algunos muertos, otros todavía vivos. Cuando entramos en el campo y salimos del coche tuve que sujetarme las rodillas para no caerme. El hedor era indescriptible, había miles de cuerpos por todas partes, descomponiéndose. Al otro lado de la explanada, en los bosques, sólo a unos metros de distancia, del otro costado de la alambrada y alrededor del perímetro del campo, se veían tiendas y hogueras al aire libre rodeadas de guardias ucranianos y chicas desnudas emborrachándose, bailando, cantando y tocando música. No pude hacer nada. Sentí una rabia animal, algo que no había sentido antes, pero no fue suficiente para entregarme. Quería vivir, aunque fuera en el mismísimo infierno.
El monstruo de Moshe
El miedo y la vergüenza
Desde esta mañana estamos clavados en el fango, hasta los muslos, sin poder mover los pies, oscilando el tronco sobre las caderas, de un lado a otro, como muñecos. No hay nadie que pueda sacarnos de aquí. Ni siquiera la vecina de enfrente que haría cualquier cosa por colarse en mi piso. Hallar una solución se está volviendo urgente, pero al viejo no creo que le importe, sigue con sus historias de siempre, empecinado en reconstruir una historia de locos, sin sentido.
Me cuenta que ha soñado que estaba en su casa, en la casa donde creció, sentado con sus padres, con las piernas colgando bajo la mesa, y encima, mucha, muchísima comida, y era verano, y las ventanas estaban abiertas, entraba una brisa refrescante que lo empapaba todo, y su padre le pedía que tocara el piano y su madre le animaba a hacerlo y daban unas ganas locas de abrazarla. Y de pronto, sonaba el timbre y se levantaba lleno de ansiedad, e iba a abrir, y veía a un tipo vestido con el uniforme de la Wehrmacht que era él mismo, con el pelo limpio y liso, con una botella de vino en la mano. Y sus padres le preguntaban quien era y no sabía que contestar, e instintivamente cerraba la puerta, preso del miedo y la vergüenza, y se echaba a llorar.
Mischlinge (I)
Mi padre nunca fue judío del todo aunque se muriera de ganas de serlo. Según las leyes de Mendel era un “Mischlinge”, un medio judío, ya que tan sólo contaba con dos abuelos de origen hebreo. Hasta tal punto llegaba su fervor hebraico, que en muchas ocasiones ocultó su descendencia aria, ya que, según sus propias palabras, su condición podía atraerle algún problema en el seno de la comunidad. Cosa que llegué a presenciar con mis propios ojos durante mi fatídico bar mitzva, cuando el rabino le reprochó su actitud “demasiado gentil” respecto a sus familiares. Mi padre, herido en su orgullo, no supo que contestar y se limitó a agachar la cabeza como era de costumbre.
domingo, 29 de noviembre de 2009
El pesar de ser otro
Lo dice Vila-Matas, no sé si en estado consciente o inconsciente, lo que tengo claro es que acaba de agarrarme de los cojones con la intención de hacer daño, no como un simple juego, sino con el elevado atrevimiento de hacerme pensar. Desde este momento el sentido de la posibilidad de que mi escritura pueda intervenir en lo que vivo ha tomado un cariz definitivo. Por lo que a partir de ahora podré moldear mi vida a mi antojo, sólo tendré que dejar de tener miedo a los viejos que se cuelan en mi casa y a las chicas que dicen saberlo todo sobre cualquier cosa, lo demás vendrá solo.
El padre de Moshe
Tras la muerte de su madre, entre sus pertenencias halló una foto de su padre que nunca había visto. Debieron de hacérsela durante el desalojo forzoso, poco después de la proclamación de las leyes raciales, estaba muy delgado, el traje le iba grande, tenía las facciones tan agudas que parecía una caricatura de si mismo; ya no era la figura sonriente de antaño, ligeramente entrado en carnes y de aspecto recio, ese ya no era su padre, otro había ocupado su lugar. Lo peor es que no se había dado cuenta de la transformación hasta que se topó con la fotografía. Convivía con él día tras día, pero ni le miraba a la cara, evitándolo tanto como fuera posible. Su padre era el culpable de todas sus desgracias y empezó a verlo como tal. Rechazaba de plano su actitud sumisa, le sacaba de quicio tanta complacencia, tardes enteras encerrado en la sinagoga para nada, no aguantaba sus quejidos, le volvían loco, dejó de acudir a las fiestas familiares y poco a poco se fue recluyendo en si mismo. No tardaría mucho tiempo en odiarlos.
Enrique antes del encuentro con Markus
La voluntad de viajar no le bastaba para echarse a andar, sus sueños no eran lo suficientemente sólidos y necesitaba a su familia tanto como a si mismo. Hasta ahora no había sido capaz de dejarlo todo, aunque ese todo no significase mucho para él. Estamos ante un tipo cobarde que se escuda en no se sabe muy bien el qué para quedarse como está, para que no hayan cambios, un tipo que se esfuerza en no modificar sus costumbres, teclear la computadora, correr lunes, miércoles y viernes, llamar de vez en cuando a los amigos, como si hubiera alcanzado un punto de no retorno y no le quedara, de todas maneras, otra alternativa de hacer siempre lo mismo, ininterrumpidamente. Un poco a la manera de un alpinista que ya no pudiera avanzar ni volver hacia atrás y permaneciera colgado de la pared.
Un viejo perdido
sábado, 28 de noviembre de 2009
El tipo que está cambiando mi vida
A 28, contesto, contento de poder ser útil.
28. Y continúa escribiendo. El viejo lleva una semana despertándose a las seis de la mañana. Se levanta y se pone a escribir. No hace nada más. Hoy me ha dirigido la palabra por primera vez. Lo ha hecho para anotar la fecha en uno de sus papeles.
Me calzo los zapatos y comienzo a dar vueltas por el cuarto con el fin de poner a prueba mis nervios y los del viejo. No da resultado. El tipo sigue concentrado en sus anotaciones. Paseo sin descanso de un lado a otro, araño las paredes, apoyo suavemente la frente sobre la puerta y espero que el viejo desaparezca, pero no lo hace, sigue ahí, anotándolo todo, nada se le escapa. Está reinventando mi vida, aunque eso parezca imposible. Se vuelve de su silla y me mira. Al advertir que sigo de pie junto a la puerta, me hace un gesto con el brazo, señalándome una silla. Siento que ha llegado nuestro momento y no dudo en ponerme en marcha. El viejo tiene el pelo rizado, hermosos ojos verdes, algo inquietos, hombros anchos y la costumbre de soplar por la nariz de vez en cuando. Me siento invadido por un extraño sentimiento de temor y admiración hacia este hombre que está cambiando mi vida.
jueves, 26 de noviembre de 2009
Markus a veces Moshe
Moshe se ha colado en mi casa
Estoy pegado a un viejo sin pasado que juega a ser un héroe. Pero él no se da cuenta, baja la persiana para que la luz no muestre sus heridas y se tumba en el sofá para no pensar, para que el tiempo haga con él lo que él no ha hecho con el tiempo. No he pegado ojo en toda la noche, la situación me está sobrepasando. Fui yo quien lo acogí en mi casa, me dio lástima, me lo encontré tirado en la calle y le ofrecí un plato caliente, pero eso no explica nada, la gente no va recogiendo a extraños por ahí, entonces ¿por qué lo hice? ¿Qué vi en él que no vi en los demás? Y ¿por qué ahora? Pienso esto mientras le preparo el desayuno. La verdad, nunca pensé que fuera capaz de hacer algo así, pero aquí me tenéis, preparándole unos huevos revueltos a un tipo que lo ignora todo sobre si mismo, que día tras día parece inventarse una nueva identidad.
Lo primero que me explicó fue aquella extraña historia de cuando contando entre diez o once años había preguntado a su padre por qué era judío si él no lo había sido, y éste le había respondido que no lo había sido porque la herencia judía se transmitía a través de la madre, y su madre, la abuela del viejo, descendía de una antigua familia sajona, por lo que estrictamente él no era judío, el viejo no entendió muy bien el porqué y siguió insistiendo, hasta que el padre, ligeramente exasperado, le respondió que se debía a que sólo estamos seguros de quién es nuestra madre, no nuestro padre. El viejo siguió sin entender muy bien lo que su progenitor le decía y decidió darse una vuelta por el barrio para aclarar las ideas, más tarde, volvió a encontrarse de nuevo con el padre, esta vez más convencido, le preguntó si estaba seguro de su paternidad, éste lo miro, le dio un sonoro bofetón y le contestó: “sí, estoy seguro”.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Markus en Wannsee
Tenía los pies inmersos en el lago y sentía como me hundía poco a poco, seguía lloviendo y el Wannsee era incapaz de absorber tanta agua, los árboles, impasibles, parecían disfrutar con mi desgracia, una especie de picor me salía del estómago erizándome los conductos más sensibles de mi cuerpo, estaba intentando comprender, si eso era posible, comprender sin llegar a ser devorado, triturado, por lo que un día fui y ya no soy, por mi mismo. Tal vez mi elección fuera que ya no tenía elección, que ya no podía decidir si comprometerme o no, ya no podía seguir ignorando la verdad, esa verdad de la que había estado huyendo durante más de cuarenta años para poder vivir tranquilo, para crear una familia como el resto de la gente, lo que ellos llamaban gente, todo aquello al fin se había acabado, mi fiesta de disfraces había llegado a su fin. Me preguntaba si podía existir algo que fuese capaz de posibilitar una vida feliz, o acaso había de limitarme a renunciar a los sueños de libertad y justicia, taparme los ojos y convencerme de la inutilidad de todo lo que pretendía, pero mis pies ya caminaban sobre las aguas cuando pude darme cuenta, livianos pero firmes, bailando una canción sobre héroes antiguos.
martes, 24 de noviembre de 2009
Markus y la ciudad
“Berlín es algo que conozco, pero también algo que he olvidado.” Ese fue el convencimiento de Markus mientras trataba de concentrarse en la tipografía germánica que asomaba tras el cartel comunista. Allí hubo una calle que ya no existe, una calle circundada por árboles que alcanzaban el cielo, surcada por raíles de acero que nos empujaban hacia el futuro, una calle con gente y vida, hoy esa misma calle se ha convertido en un gran vacío donde cagan y mean los perros.
El pasado no cesaba de llamar a la puerta de su dormitorio, de día, de noche, cuando no estaba, cuando estaba, cuando pensaba que estaba y no estaba. “¿Por qué no sales a jugar conmigo?”, indagaban las voces desde el otro lado. No le hubiera dado la menor atención, después de todo, ¿qué podía ser más vago y menos lógico?, pero, desagraciadamente, todas las complicaciones que traía consigo aquello que le robaba el sueño parecía ser el camino de regreso a algo que Markus quería, a algo que había llegado a ansiar con una añoranza que estaba al borde del pánico.
El pasado, su pasado, era la clave secreta que le concedería esa segunda oportunidad que tanto había buscado. A Markus no le gustaba su vida, nada de lo que había construido le hacía sentirse orgulloso. Sus días eran intercambiables, no importaba el orden ni la sucesión, nada cambiaba, todo era lo mismo. El pasado, pensó, era el laberinto a través del cual uno debía encontrar su camino, y su pasado no era como el del resto de la gente. Cuando, con el calor de mayo, aquel doctor excéntrico le diagnosticó amnesia disociativa, ya sentía una mano ajena sobre su cuerpo, sentía la necesidad de otra persona como un terrible dolor interior, una presencia ajena que le había crecido en el pecho como un tumor.
La fuga
Una persona en estado de fuga, habiendo perdido su identidad habitual, generalmente desaparece de sus lugares de costumbre, dejando su familia y su trabajo. La persona puede viajar lejos de casa y comenzar un nuevo trabajo con una nueva identidad, sin darse cuenta de ningún cambio en su vida.
Una persona confundida acerca de su identidad o que está perpleja acerca de su pasado, o cuando la confrontacion la hace dudar de su nueva identidad o de la falta de una identidad. Eso es una persona en fuga.
lunes, 23 de noviembre de 2009
Moshe y Yo
Mártires más que dioses
Un poco de mí
En el camino de vuelta a casa respiro su olor entre la gente, su olor de niña buena, que lo impregna todo, también mi ropa. La recuerdo haciendo vaho en el cristal y dibujando una flor, siempre una flor, observando por la ventana a las señoras haciendo la compra, las mismas que cuchichean a espaldas de sus maridos, divertidas y alegres, como ella misma.
jueves, 19 de noviembre de 2009
La culpa (Markus)
martes, 17 de noviembre de 2009
Los motivos de Markus
lunes, 16 de noviembre de 2009
Markus y el Falsificador
Markus: No digas tonterías. Aquí me tienes, estoy vivo.
F: A eso le llamas tú estar vivo, mírate.
M: ¿Y tú? ¿Qué me dices de ti?
F: ¿Has venido hasta aquí para hablar de mí? Porque si es así ya puedes dar media vuelta y largarte.
M: No, perdona. Sólo quiero cruzar ese maldito muro, nada más
F: Eso te va a costar dinero.
M: Lo tengo, tengo un montón de dinero.
F: Bien, escúchame, entonces, lo primero que debes hacer es aceptar que no vas a recuperar tu antigua identidad.
M: ¿Cómo?
F: Nunca volverás a ser Moshe Veit, tienes que asumirlo.
M: No lo comprendes, necesito recuperar ese nombre… ¡Maldita sea, soy yo!
F: No, ya no eres tú.
M: (…)
F: Vendí tu identidad.
M: ¿Qué?
F: La vendí.
M: ¿Vendiste mi nombre?
F: ¿Tu nombre? Explícame que significa eso de tu nombre.
M: Nací con él, me pertenece.
F: No me hagas reír, Markus.
M: Soy Moshe Veit, lo puedo demostrar.
F: ¿Ah sí? Me puedes explicar cómo diablos lo vas a demostrar.
M: No lo sé, pero nadie puede desaparecer así como así.
F: No desapareciste, de hecho, existes, pero no eres tú, quiero decir, no en tu cuerpo, existes en el de otro.
M: ¡¿Cómo?!
F: Lo que te quiero decir es que ya existe un Moshe Veit, ya existe un tipo con tu nombre, tu pasado y tu identidad. Sólo puede haber un Moshe Veit en el mundo y definitivamente ese no eres tú.
Markus y su voluntad
Apuntes sobre la Amnesia Disociativa
Moshe cruza al otro lado
domingo, 15 de noviembre de 2009
La mujer de Markus
“Desde el día que tuvo la cita con el doctor Aue estaba como ausente, desaparecido. Le sugerí que hiciéramos este viaje juntos, que ambos recorriéramos los pasos para salvaguardar el pasado, pero se opuso inmediatamente. Unos días más tarde, caminando por el centro, Markus se detuvo frente a un escaparate, no sé que miraba, estaba inmóvil, como si de repente se hubiese desprendido del mundo, no entendí nada, miré de nuevo hacia la tienda y vi un cúmulo de mesas, armarios y relojes que se sucedían unos tras otros, siguiendo un orden lógico aunque imcomprensible, Markus seguía plantado en medio de la calle, absorto en su descubrimiento, imaginé que se trataba de un síntoma típico de su demencia, mirar las cosas compulsivamente sin ninguna razón aparente, luego con desconcertante naturalidad reanudó la marcha, caminando erguido como si alguien le estirara del cuello, desfilando por Unter der Linden, y yo seguía a su lado, muda, esperando encontrar su mirada, que no llegaba, anduvo durante un rato y finalmente se detuvo en la parada del tranvía. Durante todo el viaje no dejó de mirar por la ventanilla, yo veía como se iba convirtiendo en otro hombre, poco a poco, en sus gestos, en la forma de decirme “te quiero”, en su nueva obsesión por los judíos, pasaba los días y las noches en un continuo letargo, con los ojos abiertos de par en par y latiéndole el pulso, pero sin hablar, sin comer o moverse, entendiendo a veces aparentemente lo que le decía, pero sin responder nunca, yaciendo allí pero sin agitación, sin dolor y sin fiebre, exactamente igual que si estuviera muerto, actuaba como si estuviera presenciando su propia muerte, como si estuviera esperando una oportunidad para renacer, para reconstruirse. Aquella noche tras el paseo hicimos el amor, violentamente, como dos desconocidos. Cuando me levanté por la mañana ya no estaba, se había ido. Nunca se había levantado tan pronto. Así fue, día tras día, hasta su desaparición.”
Versión 2.0
¿Quién no fue Moshe Veit alguna vez?
viernes, 13 de noviembre de 2009
Markus ante sí mismo
9 de noviembre de 1938, Berlin
Moshe vuelve de España (1937)
jueves, 12 de noviembre de 2009
Moshe en la trinchera
Markus emocionado
Tres pasos por detrás de mi vida
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Version 1.0
Moshe antes de convertirse en Markus
Moshe ante su enfermedad
martes, 10 de noviembre de 2009
Tomás
Tomás se ponía en guardia flexionando las piernas y pegando los brazos al cuerpo, luego ponía esa cara de tipo duro que tanto le gustaba a las chicas, Tomás era un chico listo de Chamberí que podía convertir cualquier desperdicio en oro puro, así fue hasta que empezó la guerra, la maldita guerra que todo lo iba a solucionar y que acabó por destruir el coraje de tantos tipos de buena voluntad. Tomás no lo pensó dos veces, se alistó de los primeros, justo después de cumplir los dieciocho, pero el estruendo de las bombas transformaría su forma de ver las cosas, caminando entre los escombros pensó que la guerra no era una fiesta, que el frío y el hambre lo invadía todo, y que de esa forma no iban a llegar muy lejos. Sin embargo alguien tenía que enfrentarse al horror, quién podía negarse. Tomás caminaba en retirada, arrastrando su orgullo por pueblos de paja, maldiciendo a sus enemigos, esperando una nueva oportunidad, algo que le brindara la posibilidad de seguir luchando, pero no llegaba, nunca llegaba, nadie le esperaba al otro lado. A pesar de las humillaciones constantes, de las pérdidas abrasadoras que le ardían por dentro, dejándole vacío, a pesar de los sueños hundidos, de la locura latente que sentía tan cercana, no se rindió, lo sé porque lo vi, creedme, vi como sorteaba a la muerte y a las tormentas, vi como le hablaba a sus hijos, vi como miraba a su esposa, lo vi y es real. El mundo se ha vuelto tan árido y las personas hablan, hablan y hablan sin decir nada y Tomás ya no está entre nosotros. Ese tipo delgado que en medio de la guerra, entre las ruinas de un pueblo bombardeado, construyó un columpio con las vigas derrumbadas de una casa para que los niños siguieran siendo niños.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Moshe antes del encuentro con Schlomo Finkelstein
“Alcé la vista y ahí estaba, era yo, aunque no del todo, al menos una parte podía reconocerla, la otra no, alguien la había desfigurado, tal vez yo mismo, no lo recuerdo, era como si no me hubiese visto nunca antes, era la cara de un desconocido, alguien que me había acompañado durante toda la vida y que ahora pretendía quedarse para siempre, un tipo despreciable que no iba a rendir cuentas con nadie, ni siquiera conmigo, yo iba a pagar sus cuentas, una larga lista de cuentas pendientes que iban acabar conmigo, me levantaba cada día a la seis de la mañana y volvía a casa a las diez de la noche, entretanto decidía quién debía preocuparse por su vida y quién podía seguir una existencia normal, si es que eso era posible, trabajaba para la Stasi, o mejor dicho, yo era la Stasi, fue así hasta que desaparecí, todo ocurre adecuadamente hasta que desapareces, ves tu cuerpo y tu cara o lo que sea, y no sabes a quién diablos pertenece, es raro, pero una cosa está clara, aquel tipo que te mira desde el otro lado no eres tú, entonces, quién eres, quién soy...”
Algo dentro de mí
domingo, 8 de noviembre de 2009
Estoy enfadado, muy enfadado
sábado, 7 de noviembre de 2009
Una extraña
jueves, 5 de noviembre de 2009
Carta nunca enviada
Carta a los que aún creen, a los que se resisten a juzgar, a los niños que no tienen miedo a ensuciarse, a los padres que sonríen cuando todo parece perdido, a las madres que acurrucan a sus hijos y a los que no lo son, a los pesimistas, a los que no les gusta leer, a los tipos que confían en un extraño, a esa niña pelirroja que asoma por la puerta y me pregunta quién soy, es fácil, respondo, soy amigo de tus padres, he venido de visita, ella sonríe y deja al descubierto un hueco entre sus dientes de leche, no están en casa, contesta, se han ido a dar una vuelta, pero eso es imposible, le digo, quedé con ellos aquí, justo a esta misma hora, la “niña colo”, así es como la llamo, vuelve a sonreír forzadamente, como diciendo eres demasiado tonto para ser tan grande, entonces oigo la voz de Andrés, requiriéndola, la niña da media vuelta con la intención de irse corriendo, pero antes me guiña el ojo y se cuela entre las patas de una mesa, escucho su carcajada alejándose, me quedo allí plantado esperando y por primera vez en mucho tiempo pienso en los cuatro, porque durante algún tiempo fuimos cuatro, le digo, aunque ella ya no esté allí para escucharme, pero no importa, cuando éramos cuatro, sigo diciéndole, nunca perdíamos, todo era posible, no habían muros lo suficiente altos para nosotros, pero por mucho que me esfuerce la “niña colo” ya se ha ido y no puedo decirle que ojalá ella también sea algún día cuatro, que está muy bien eso de ser cuatro, cuatro cenando en un chino, cuatro en bicicleta, cuatro en un pueblo en la montaña, cuatro burlándose de otros cuatro, al fin Andrés y Vicky salen a recibirme, tras ellos, escondida entre sus piernas, la “niña colo”, mi nueva amiga, analiza mis movimientos, estoy feliz de veros, les digo, mis amigos me abrazan y dicen que piensan mucho en nosotros, no en mí, en nosotros, la gente aún no lo sabe pero esta niña va a cambiar el mundo, pienso, esta niña que aún no existe, hará que todos nosotros, incrédulos imperfectos, nos demos cuenta que hay cosas que algún día tendrán que cambiar…
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