sábado, 31 de enero de 2009

El otro Kurt

El movimiento plantea preguntas vitales y respuestas vitales simultáneamente, por eso Kurt decidió subirse a los árboles, por eso y por muchas más cosas. Kurt pasó ocho años de su vida almacenando amor. Etiquetó cada una de esas porciones que sin quererlo había tenido que guardar. Con el tiempo aprendió a distinguir entre el estar con alguien y el estar justo encima de alguien. Lo que le sumió en un profundo desconcierto. Kurt se reinventó a sí mismo y montó unos grandes almacenes. Cuando se hizo rico y poderoso empezó a llenar su casa de cosas inútiles. Toda esa gente que había tenido que contratar para levantar su imperio no pararon de atosigarle con sus preguntas. A Kurt se le hinchó la nariz y le salió un bulto en el estómago. Kurt acudió al médico con sus gafas de sol y su insoportable carencia de gracia. Kurt salió de la consulta con una certeza y una revelación: lo primero; la medicina es una farsa; lo segundo; uno no puede ver más allá de donde llegan sus ojos pero siempre puede cambiar de perspectiva. Aquella misma noche tras pelearse con todas las esquinas del mundo acabó, no sé sabe muy bien por qué, subiéndose a un árbol. Fue entonces cuando Kurt entendió que aquel lugar le traería de vuelta a la normalidad. Fue entonces cuando Kurt pasó a ser Kurt el Invisible, el cazador de momentos. Nunca nadie le dijo que fuera fácil ser un cazador de momentos, pero con el tiempo se dio cuenta que aquello que iba creciendo en su interior era lo más parecido al Kurt que aspiraba a ser. La primera semana allí arriba fue un cúmulo de descubrimientos, sorpresas y vaticinios. Kurt endureció sus brazos y sus dedos, el bulto del estómago desapareció e inexplicablemente comenzó a interesarle lo que decía la gente. De un día para otro Kurt gozaba de una sutil armonía, un estado que sólo había frecuentado en sus horas de sueño y en sus días de partido. Kurt se hizo invisible y comenzó a ver en la gente cosas que jamás había visto. Las calles de la ciudad se convirtieron en su coto privado de caza. Niños traviesos, mujeres enormes y huesudas, hombres tercos y obstinados, todos ellos se convirtieron en los protagonistas de la mejor película de la historia. Kurt hacía posible lo imposible y no creo que eso sea una tontería. La gente jamás supo que Kurt sacaba lo mejor de ellos, ni siquiera sabían que les observa durante todo el día y durante toda la noche. Kurt esperaba cazar los momentos necesarios para ganarse el cielo. La gente de esta ciudad se merecía un nuevo superhéroe, y ese momento, al fin, había llegado.

Sánchez

Barcelona, 18 de mayo, dos años después de que se desplomaran las torres gemelas y un mes antes de que escribiera todo esto:

Me largo. Estoy harto de estar harto. Bla, bla, bla. Palabras, números, fechas de entrega, cuotas de explotación, colas para comprar el pan, colas para ser feliz, colas para tener algo que no tengo. Se acabó. Hoy es el primer día de mi vida. Voy a morir fumando, lo sé, lo he decidido. Me largo. Largarse. Qué sencillo, largarse. Prenderle fuego a todo. Soy Sánchez, el empleado del mes, el más listo, el que nunca duda, el futuro director general. Hoy empieza mi vida. Ya lo he decidido. Hoy empieza mi vida, hoy empieza mi vida, hoy empieza mi vida, trato de convencerme, trato de parecer lo menos estúpido posible pero no puedo, no hay nada que hacer. Hoy es el primer día de mi vida, el primer, el primer, el primer…lo importante es saber reconocer la situación, y la situación es insostenible….el primer, el primer…tengo casi cincuenta años y no me queda mucho tiempo…día de mi vida…(pausa)…A mí me gusta conducir, sí, eso es lo que me gusta. Nada de pájaros y aire puro, nada de animales de compañía, nada de eso...que de qué hablo…no estoy hablando de la vida, nada de eso ¿Has oído lo que acabo de decir? No estoy hablando de la vida, por quién me tomas, no pierdo el tiempo con ese tipo de chorradas ¿Me entiendes? Estoy hablando de lo duro que es ser otra persona, sólo eso, de lo difícil que es mirarte al espejo, mirarte al puto espejo y ver a un capullo integral…(Pausa)…¿Por qué no me avisaron, por qué nunca me dijeron la verdad?…Me largo...lo que oyes, me largo…Fácil no es, te lo aseguro. Nada es fácil. Es tan jodidamente difícil que te dan ganas de hacer cualquier barbaridad…no puede ser tan difícil, joder…largarse…No, no estamos obligados a ser leales, es decir, no estoy obligado a serle leal a mi jefe, sólo tengo que ser leal a mi idea de bondad, sí, eso es lo único que importa, mi jodida idea de bondad. No me mires así, aspiro a ser una buena persona…sí, eso es…no te rías, estoy hablando completamente en serio…¿Y tú me hablas de compromiso? ¿Alguien me puede explicar qué diablos significa eso? ¿Hacia quién, a cambio de qué, y sobretodo, para qué? Lo sé, es un sin sentido, eso es lo difícil, aceptar el sin sentido de la vida. Por eso voy a destruirme, para volver a nacer, para volver a equivocarme, para volver aquí y ser feliz, con lo que me toque, sin preguntas, sin una jodida pregunta que me haga sentir culpable…me entiendes…dime que me entiendes…Que le den por culo a la indemnización…llevo veinte años en esta puta empresa…veinte, me oyes, ¡veinte jodidos años!…¡Y nunca, nunca, ni un solo día, me he sentido valorado!…A veces pienso que sería un humorista cojonudo…no me pongas esa cara…lo digo en serio…Ortega me mira con la peor de sus sonrisas…Ha llegado mi momento, digo esto sabiendo que no existen segundas oportunidades…Lo primero que voy a hacer, lo primero que debería hacer es ponerme en pelotas…lo que oyes…voy pasearme por toda la oficina haciendo el helicóptero, ya sabes…me importa una mierda lo que piensen…y lo segundo, lo segundo va ser presentar mi dimisión…tranquilo, Ortega, tranquilo…¿Te incomodo? ¿Acaso te molesta que por una vez mi vida haga algo de lo que puede sentirme orgulloso?...es muy fácil decir…llenarse la boca diciendo: “necesitas unas vacaciones”…sabes lo que te pasa, sabes lo que te pasa…sí, no me mires con esa cara…tienes miedo, lo veo, tienes miedo…estás cagado de miedo…(continuará)

*Ilustración del gran Sylvain Marc (http://polyminthe.blogspot.com/)

viernes, 30 de enero de 2009

El juego

Bueno, señor/a X, aquí comienza el juego: Imagínese en la habitación de un hotel, aquí, en Barcelona, en la víspera de uno de los conciertos del BAM, usted elige, el grado de intensidad es cosa suya, buena o mala música; sigamos, en la ciudad hay una gran expectación, pero nada que pueda interrumpir su devenir cotidiano, se baña, se peina, se acicala el rostro mientras hace muecas frente al espejo, no está usted en casa de Bea, como creía, ni en casa de los Alcorta, gracias a dios, por una vez ha hecho algo honesto y se ha alojado en ese hotel. Sí, señor/a X ha llegado el momento de olvidar lo que pasó, o sea, lo que usted cree que pasó el 22 de mayo del 2006, aquello que hizo, a la gente que vio, a los tipos/as que se folló, las drogas que se tomó, los lugares que visitó, aquel día, tumbado en la cama del hotel, usted, señor/a X, decidió dar una vuelta por la ciudad, solo, sin la compañía de nadie, lo que oye, a tres manzanas del hotel se detuvo ante un estanco, fue sólo un instante, aligeró el paso, algo le incomodaba pero no sabía el que, desde que había abandonado el hotel siete cámaras de seguridad habían seguido sus pasos, la del Banco Carlton, la de la Direccion General de Tráfico, la del Consulado de Corea, la de la Caja de Ahorros de Alicante, la de la joyería Gaultier, y por último dos del servicio de seguridad de la ciudad. Siete cámaras en apenas ochenta metros. Nadie lo sabía, nadie se daba cuenta, pero usted estaba siendo vigilado (…)

* Fotografía de mi amigo Carlos Weiss (www.kineticform.com)

El pez sol

Buenas días, tardes y noches a todos, me llamo K y he venido hasta aquí para mostraros mi teoría. Dice así: Los científicos evolucionistas usan la teoría de juegos para explicar parte de la conducta animal. No sé si escogen historias poco delicadas deliberadamente, o si éstos son realmente los mejores ejemplos para ilustrar de qué manera la teoría de juegos es relevante. En cualquier caso, lo que los biólogos dicen sobre el pez sol, el protagonista de su teoría de los juegos, es esto: Hay dos clases de machos en esta especie. El primero es un individuo regularmente hogareño que necesita siete años para alcanzar la madurez. Una vez alcanzada, construye un nido que atrae a las hembras que ponen sus huevos. Cuando éstos han sido puestos, no sólo los fertiliza, sino que defiende la familia resultante lo mejor que puede mientras, la hembra continua su vida independientemente. La otra clase de macho es un golfo. Por lo que dicen los biólogos, es poco más que un órgano sexual autopropulsado. Este posee ventaja sobre los machos normales, que consiste en alcanzar la madurez en sólo dos años. Sin embargo es incapaz de responsabilizarse por su familia. En lugar de ello espera escondido hasta que una hembra ha puesto sus huevos respondiendo a las señales de un macho normal. Si el golfo tiene éxito, el macho normal defiende una familia que no está relacionada con él en absoluto y que lleva por el contrario los genes del golfo. Por lo tanto, si estás en tu casa, o en la casa de tus padres, o en cualquiera de las casas de tus amigos con televisión por cable, hazme un favor, mírate al espejo, mírate en cualquiera de los espejos que encontraras por las calles de la ciudad, no se te hará muy difícil encontrar uno de ellos, bien, una vez lo tengas enfrente, mírate, regodéate, una, dos o tres veces si hace falta, bien, ahora respóndeme, cómo me explicas que tu padre mide treinta centrímetos menos que tú, que sus ojos sean más claros, que su valor, aunque te cueste reconocérlo, esté ha años luz de tu anodina cobardía...cómo coño te lo explicas, el pez sol nos da una respuesta, una respuesta que quizás no quieras escuchar...

*Ilustración obra de la magnífica Jed Alexander (http://jedalexander.com/)

Kurt Macevicius


Los tiempos de duda se han acabado. Ese fue el primer pensamiento que ocupó la cabeza de Kurt, el segundo estuvo condicionado por aquella debilidad que lo acompañaba siempre tras formular una idea brillante, fuera ésta del signo que fuera, “no lo conseguiré, no lo conseguiré”.

Fue entre Julio y Agosto cuando Kurt Macevicius tomó la decisión de largarse, un mes después de haber perdido la virginidad y dos días antes de convertirse en algo parecido a un agente de la Stasi. Limpio, solo, desprovisto de su habitual dosis de desconfianza, se abandonó por un instante, guiado por un impulso revelador. Sin temor, con miedo.

Unos cincuenta años atrás su abuelo materno, Filipo Stombergas, había tomado una decisión a la inversa, dejaba su negocio de tejidos en el número 37 de la calle Rudnius, entre Satrijôs y Daugêsliskio, para emprender un viaje hacia el sur donde creía le esperaba su verdadero hogar.

Por supuesto está lloviendo, porque la épica sin lluvia no vale nada, y además porque así es como sucedió, aquel día de verano llovió en Madrid como nunca antes había llovido.

Kurt está empapado. Pero no importa, cómo iba a importar si los días tristes se apagan, desaparecen, sin esfuerzo.

Filipo Stombergas está sentado sobre la cama de una habitación de un hotel de Temêsvar. La ventana está abierta y una espesa niebla se cuela hacia adentro, el viejo se frota las manos mientras piensa en una casa blanca sin cuadros, ni adornos, en lo alto de un peñón poblado de gaviotas.

No nieva, llueve. Kurt toma asiento en Tirso de Molina y el vagón se arruga y se alarga como si temiera llegar a la hora. Atrás quedan aquellos días en los que Kurt, tras vaciar sus cajones y limpiar sus botas, ponía rumbo hacia la estación de autobuses en busca de algún motivo que le obligara a marcharse. No le faltaban motivos. Kurt esperaba el momento adecuado, contaba las agujas del reloj y cuando se descontaba volvía a empezar, observaba las carreras de los niños, las madres persiguiendo a esos niños, los vagabundos acostados sin perseguir a nadie, todo eso ocurría mientras su estomago se enroscaba en su garganta. No había palabra en el diccionario que pudiera definirlo.

Sus piernas nunca se decidieron a dar un primer paso, se agarrotaban, se tornaban inservibles. Kurt veía marchar un coche tras otro mientras sus piernas hacían un agujero en el suelo, donde permanecía el resto del día. Pero nunca se rindió, pensaba en el día que pudiese subir a ese coche, pensaba en el lugar donde le hubiese llevado, se imaginaba como un respetable señor de los negocios en pleno territorio de los señores más sangrientos y temerarios del mundo, y luego se echaba a reír.

Por aquel entonces el cielo era normalmente azul. Kurt pensaba en lo feliz que sería en una piscina de cien metros, con sus carriles señalizados y sus líneas subterráneas. Además había desarrollado una habilidad increíble para mantenerse quieto, era lo más cercano a una farola o a un puesto de telégrafos. La humanidad se había conjurado contra él pero Kurt quería hacer las paces con el mundo, una y otra vez. Cuando anochecía comenzaba a desesperarse, mirando a un lado y a otro en busca de no-sabe-muy-bien-el-qué, no sé, algo así como una señal que le devolviera a la vida. A veces cerraba los ojos y se imaginaba flotando encima de las nubes como si tuviera enormes globos atados a sus pies, alzaba sus brazos en posición de despegue y comenzaba a juguetear con las palomas, luego abría de nuevo los ojos, y se veía a sí mismo haciendo todo aquello y se echaba a llorar. Al rato, sin saber muy bien por qué, se cansaba de esperar, agarraba su mochila y volvía para casa (…)

La historia de M

Es reconfortante saber que bajo nuestros pies hay suelo firme. Saber incluso que si llegáramos a caer siempre encontraríamos alguna excusa para salir a la superficie, por curiosidad, nostalgia o simple aburrimiento. A veces no lo valoramos lo suficiente. Pensamos que podemos caminar tranquilamente por el mundo sin preocuparnos de cosas tales como que nuestros ojos no se escapen de sus órbitas o que nuestros dientes, de la noche a la mañana, decidan convertirse en estrellas. Y es que caminar es tan fácil como poner un pie delante de otro. A eso se le llama avanzar. No importa el grosor de tus piernas, el tamaño de tus pies, el puente de tus tobillos, no importa si te recortas las uñas o las dejas crecer, no importa, tan sólo se trata de avanzar y esperar que el suelo no esté recién lavado. M y yo hacemos eso, avanzar a pesar de las distancias, las barreras, los cambios horarios, los millones de peces y tortugas que tenemos de por medio, a pesar de los huracanes con nombre de actriz porno y a pesar de las divinas leyes de los pueblos. Los pueblos divinos de las leyes, las leyes de los divinos pueblos, no importa, el orden de los factores no altera el producto. Hay algo más absurdo que todo eso, hay algo más absurdo que la Historia y los historiadores, con sus trajes de lino y sus pajaritas de doble lazo. Hay algo más absurdo que el hecho de que un historiador crea firmemente que la Historia es absurda, impredecible y arrebatadora. Absurdo, qué palabra más bella, qué gusto al paladar cuando la pronuncias, ab-sur-do. Qué bonito es reírte del mundo cuando las palabras pierden su significado y se convierten en dioses. Qué podemos hacer, qué puedes hacer, qué debemos hacer, hacemos algo o esperamos que las cosas hagan algo por nosotros. Yo he decidido amar a M como decido no arrodillarme ante nadie. Es más que una convicción, más que una ley divina, más incluso que las palabras que salen de mi boca, es, simplemente es. He decidido hacerla reír, explicarle que los ángeles hacen bien su trabajo y que tal vez por eso tengamos nuestro nido de avestruces. Ignoro lo que M piensa de todo esto, no sé si leerá esto alguna vez. Lo único que sé es que sus padres le han dicho que me olvide, que me deje, que nunca podrá ser feliz a mi lado. No importa, sé que todo saldrá bien. No me preguntes por qué, lo sé, sin más.

Burt Munro

Adelante, hazlo. Cómprate una moto y, si puedes, hazla volar. Burt Munro lo hizo. Años viente, un tipo normal toma una decisión extraordinaria: enfrentarse a sus sueños. Mientras el resto de la gente se casaba, compraban casas y las llenaban de niños y niñas encantadores, Munro se dedicaba a perfeccionar una moto Indian de 1920. Día tras día encerrado en un taller con un único propósito: batir el record mundial de velocidad. ¿Un objetivo, una obsesión, un sueño, una manera de vivir, un ejemplo de la voluntad humano o simple tozudez anglosajona? En 1967 Burt Munro dejó su Nueva Zelanda natal destino Bonneville Salt Flats, en Utah, Estados Unidos, donde poco tiempo después batiría el record mundial de velocidad. Nadie hasta el día de hoy ha superado ese record.

*Foto (Burt Munro montando su Indian Twin Scout en 1920)

martes, 27 de enero de 2009

Esteban y la promesa

A 28 de Noviembre de 2003

Esteban es valiente, mucho más que cualquiera de nosotros. Esteban se ha empeñado en convertir agujeros en puentes y colmillos en langostas. Esteban lleva su corazón encima como un viajante de comercio lleva sus maletas. Y es que Esteban tiene un corazón enorme, es tan grande, tanto, que si quisiera podría repartirlo entre todos los tipos sin corazón del mundo. Me refiero a ese tipo de tíos que van por ahí plantando banderas en las entrañas de la gente.
Cualquier día Esteban abre la puerta y una chica entra, los dos se miran un rato y acaban sonriendo, los dos llevan solos demasiado tiempo, así que se abrazan un poco a ver que pasa y resulta que están tan a gusto que deciden olvidarse de todo y comienzan a bailar. Son la pareja más feliz del mundo, no hay una sola canción que no sepan bailar. Por fin están protegidos, por fin el tiempo se ha olvidado de ellos.
No sabéis lo largas que son las noches para los chicos que están asustados todo el tiempo, no sabéis lo que es estar cayendo un día tras otro, sin poder quejarte, sin culpables, sin víctimas, sin nadie que te explique el porqué.
Escucha, Esteban, si todo va bien nos embarcaremos en el transbordador que nos lleve a ese lugar donde el sol te lame las mejillas. Ese lugar tan quieto y tan mudo, tan parecido a un pastel de manzana. Ese es nuestro sitio, no hay más que decir. Deberemos ir los cuatro, tu mujer y la mía, tu perro y mi gato, tus sueños y los míos, tu corazón y mi cabeza. Juntos. Una promesa y un destino: Finlandia.

Educació (I)

La interrupción, la incoherencia, la sorpresa
son las condiciones habituales de nuestra vida.
Se han convertido incluso en necesidades
reales para muchas personas, cuyas mentes
sólo se alimentan […] de cambios súbitos y de
estímulos permanentemente renovados […] Ya
no toleramos nada que dure. Ya no sabemos
cómo hacer para lograr que el aburrimiento dé
fruto.
Entonces, todo el tema se reduce a esta
pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo
que la mente humana ha creado?
Paul Valéry

Procurar no acostumar-se a cap pràctica provisional; no deixar-se encadenar al llegat del passat; portar posada la identitat com qui vesteix camises que es poden canviar quan passen de moda; riure-se’n de les lliçons apreses i menysprear allò que sabies fer sense inhibicions ni remordiments: totes aquestes actituds s’estan convertint en els trets distintius de la línia de conducta de la modernitat liquida, i en els atributs de la racionalitat que caracteritza aquesta època. La cultura de la modernitat líquida ja no fomenta l’afany d’aprendre i acumular, com les cultures descrites en les cròniques d’historiadors. Més aviat sembla una cultura del distanciament, de la discontinuïtat i del oblit.
En aquest llibret de poc més de quaranta pàgines Zygmunt Bauman, sociòleg polonès, adscrit a la corrent del Postmodernisme, sintetitza amb gran intuïció el paper de la educació en la societat de consum del segle XXI, identificant la transformació que ha sofert en els últims anys, abandonant la noció del coneixement de la veritat útil per a tota la vida i substituint-lo per el coneixement de “usar y tirar”, vàlid mentre no es digui el contrari i d’utilitat momentània.

Abans d’entrar a analitzar l’article hauríem de definir el concepte Modernitat Liquida, terme adoptat per el propi Bauman. Aquest fa referència al trànsit d’una modernitat solida a una altre flexible, voluble, fràgil, a on ja no hi tenen cabuda els referents del passat. En paraules del propi Bauman: “En un mundo volátil como el de la modernidad líquida, en el cual casi ninguna estructura conserva su forma de tiempo suficiente para garantizar alguna confianza y cristalizarse en una responsabilidad a largo plazo, andar es mejor que estar sentado, correr es mejor que andar y hacer surf es mejor que correr ”. Es a dir, en el nostre món de canvi instantani i erràtic, les costums establertes, els marcs cognitius sòlids i les preferències pels valors estables, aquells objectius últims de l’educació ortodoxa, es tornen desavantatges. Com diu Jaeger Werner a Paideia: los ideales de la cultura griega: “(...) el mundo, tal como se vive hoy, parece más un artefacto proyectado para olvidar que un lugar para el aprendizaje”.
Aquest síndrome de la impaciència que veiem reflectida en les nostres actitud envers el món, en les nostres necessitats, ens porta inevitablement a un replantejament de les nostres estratègies educatives. Com inculcar la cultura del esforç en un societat que promou el contrari, a on aquest esforç es vist com una estupidesa o una pèrdua de temps?
El 2 de gener del 2001 a la primera plana del Washington Post, Caroline Meyer informava sobre una amplia varietat d’articles que havien envaït el mercat. Es tractava de productes de menjar ràpid, fastfood, que estalviaven temps i esforç i que podien consumir-se instantàniament sense complicacions: La empresa Lipton treia al mercat bosses de te solubles en aigua freda, Pizzaworld comercialitzava pizzes sense escorça, Agel, empresa dedicada a la nutrició, apostava per una nova tecnologia de gels en suspensió que es presentava com el substitut de fruites i verdures. Tots tres van superar en un 100% les expectatives de negoci.
Aquestes dades, si més no preocupants, mostren la implantació de la lògica economicista en les nostres vides, en el nostre temps. Com diu Bauman aquest reajustament del temps afecta directament a la vida del saber, es a dir, la mercantilització del coneixement i del accés del coneixement. Per tant hem d’enfrontar-nos aquesta situació, a on l’Educació és considerada com un mercaderia que ha de ser consumida instantàniament, en el acte i per una única vegada.
Aquí està el gran repte de l’Educació d’avui en dia, aconseguir una formació continuada, no exclusivament orientada al món laboral, si no, sobretot, encaminada a formar ciutadans crítics i reflexius.

El hombre mutante (III)

Empecé a correr porque no encontré motivos para quedarme quieto. Corro porque muto, muto porque corro, consecuentemente soy mutante, el hombre mutante. El superhéroe que necesitaba esta ciudad.

Valentina (I)


Escena I

Antiguo despacho de Martin Brukman, ex-directivo de Brukman S.A Vemos algunos de los objetos que contiene: un globo terráqueo, un ordenador extrañamente antiguo, montones de papeles y una foto del Che sobre el escritorio. De la pared cuelga una tela con un lema en letras rojas, dice así: Ocupar, resistir, producir. Daniela Pessoto, nueva flamante presidente de Brukman, habla por teléfono mientras Andrea González, una empleada, espera sentada frente al escritorio.
Daniela: Sí…No…Sí…No es eso. Simplemente no podemos adelantarnos. No quiero…no…Escúchame tú…Los pedidos ya están hechos por lo tanto hay que ponerse a trabajar…No importa…te digo que no importa…Mañana sin falta estaré allí… Gracias, muchas gracias…Ciao, hasta mañana…ciao.
Daniela cuelga el teléfono y saluda efusivamente a Andrea.
Daniela: Buenos días, Andrea. ¿Todo bien?
Andrea: Muy bien. Ya están listos los pedidos del Metropolitano sólo falta embalarlos y llamar a Enrique para que se los lleve.
D: ¡Perfecto!
A: Lo de Anselmo está un poco atrasado. No han llegado los tintes que pedimos, y sin tintes no hay ropa.
D: No hay problema, ya hablé esta mañana con él y nos va a conceder una prórroga de diez días.

Ambas se miran y sonríen. Cada día se compenetran mejor. De fondo se escucha el repicar de las máquinas de coser. Daniela está pletórica. Ésta ha sido una semana redonda. Agacha la cabeza y repasa un papel que tiene sobre el escritorio.

D: Mira –dice señalando al papel- está es la prueba de que el mundo puedo funcionar sin patrones. No los necesitamos…son un estorbo. Lo ves, es tan fácil como sumar y restar. Mira, esta columna de aquí –señalando el papel- son nuestros gastos de los últimos tres meses y ésta nuestros ingresos. El resultado son nuestros beneficios. ¿Te das cuenta? Somos una empresa rentable. Mira…lo ves…
A: Sí…no hay duda, somos rentables.
D: ¿Y sabes lo que eso significa?
A: Mmmm…¿Que no van a desalojarnos?
D: Ojalá así fuera, pero esa decisión depende del juez...
A: Ya…
D: No, no es eso, me estoy refiriendo a algo que nos afecta más directamente…algo que tiene que ver con lo sensible…con nuestra dignidad…(Pausa)…¿me entiendes?
A: Más o menos.
D: Andrea hemos sido estafadas. No sólo las trabajadoras de Brukman…todos hemos sido estafados, toda la sociedad…¿lo entiendes?
Andrea asiente con la cabeza.
D: Nos han hecho creer que no podíamos, que jamás lo lograríamos sin ellos. Pero la experiencia nos ha enseñado lo contrario. Sí podemos. Claro que podemos. Lo ves –señalando al papel. Con nuestras manos –alzando la mano-, con nuestras piernas, con nuestra imaginación…Solas podemos.
Daniela tuvo que tomar aire después de sus palabras. Andrea la observaba aferrada a la silla, temerosa de caer en cualquier momento.
D: En diciembre del 2001 Brukman era una empresa semi abandonada. Sus dueños pagaban vales de dos pesos semanales en lugar de sueldos, no pagaban impuestos ni los servicios de electricidad, gas ni agua, ni nada…No hacían ningún tipo de mantenimiento y tenían deudas que duplicaban el valor de fábrica. La situación era tan calamitosa que cuando Marcelo –trabajador de la planta- enfermó, los empresarios no se hicieron cargo de su atención médica. Marcelo, de 28 años, murió y su familia sólo recibió la colecta que pudieron juntar sus compañeros. Lo pasamos muy mal entonces, muchos enojos, muchas penas. Fue realmente duro. Pero había que seguir, seguir hacia adelante. Dos meses después, cuando tomamos la planta, la fábrica se llenó de vida. La empresa que parecía terminada resultó tener mucho para dar: comenzamos a cobrar nuestros sueldos, pagamos los servicios, incluso a aquellos que tenían deudas acumuladas, arreglamos las máquinas y hasta costeamos el salario de una compañera enferma. Todo era posible.

Silencio. Daniela se empapa el sudor de la frente con un pañuelo rojo. Andrea se acomoda en la silla. Sonríe. Busca la complicidad de su compañera.
A: Me hubiese gustado estar entonces.
D: ¡Estabas! No físicamente…de otro modo quizás. Nosotras lo percibíamos…no sé cómo explicarlo…notábamos la presencia de todos lo que estaban hartos, hartos de estar hartos…Aquellos que les habían robado sus ahorros, los obreros en paro, los maestros desahuciados, los estudiantes sin futuro, todos nos empujaron a tomar la fábrica. Lo hicimos todos.

El reloj de pared marca las once menos cuarto. Al fondo las máquinas de coser siguen percutiendo sobre las mesas de costura.

El hombre mutante (II)

La mañana del 12 de Agosto de 1984 una mujer menuda con aspecto frágil desobedece las órdenes de su sistema nervioso y se abandona a la voluntad. Se llama Gabrielle Andersen-Scheiss y corre su primera maratón. Millones de personas, desde Yakarta a San Miguel Potosí, se amontonan frente a sus televisores para dar un respiro a sus vidas. Gabrielle Andersen-Scheiss entra tambaleándose en el Olimpic Stadium de Los Ángeles, mostrándole al mundo que todo aquel que cae puede levantarse. Mientras todo eso sucede mi hermano me suelta tres collejas y manda apagar la televisión, pero yo ya no escucho, no existo, soy insensible, mi vida se reduce a una mujer que corre y yo mismo, Gabrielle Andersen-Scheiss la primera chica que me salvó la vida.
Al día siguiente le pido a Padre que compre unas zapatillas y le aseguro que a partir de ese momento mi vida dará un vuelco, lo quiera o no. Sin embargo lo único que consigo es otro par de collejas y un humillante "deja de engañarte, Miguel".
Mi vida sucede mientras pienso en mujeres en bikini. Acabo la Secundaria por compansión y entro en la Universidad con exceso de testosterona, allí me apunto a un club de rol y hago el amor con doce mujeres, al cabo de cuatro años me graduo y lanzo ese horrible gorro por los aires, una semana más tarde encuentro trabajo y conozco una chica que dice te quiero como quien dice buenos días y a pesar de eso me caso con ella y tengo dos hijos. Luego me doy un respiro y me siento a esperar a que sucede algo pero no sucede nada.
No me queda más remedio que vender mi deportivo. Mi mujer y mis hijos se van a Disneyworld . Soy feliz. No, miento. Soy infeliz.

Kurt Herrmann; la carta.


En el mes de febrero del 2007 el primer ministro Villepin, ante la presión mediática, tuvo que acceder a las demandas de los Hijos de Don Quijote. Ese mismo día Kurt Herrmann envío una carta a Jerome, Jean y Ricardo, unos antiguos amigos, decía así:
A menudo pienso en vosotros. No lo hago desde el rencor. Crecí en un barrio pobre al sur de Dresden y de pequeño aprendí a valerme por mí mismo. Aquello no tenía nada que ver con la individualidad y el “do it yourself” de los americanos. Aprendí sobretodo a compartir, a ayudar y ser ayudado, aprendí a sentir la gratificación del que da sin pedir nada a cambio. Y eso fue lo que me convirtió en lo que soy hoy. Desde entonces no he dejado de luchar por mis ideas, que no son más que apéndices de la realidad que me ha tocado vivir. Os escribo para compartir con vosotros el éxito de esta lucha que ha sido los Hijos de Don Quijote.
Me gustaría concluir esta carta con una historia que me ha acompañado siempre. Mi padre me la contó cuando cumplí ocho años y yo se la conté a mi hija a esa misma edad. Es una historia muy antigua pero no hay ni un solo día que deje de ser vigente. Podría ser la historia de todos nosotros y si así fuera, no hay duda, que cambiaríamos el mundo, dice así: En la primavera de 1920, un impresor anarquista llamado Andrea Salcedo fue arrestado en Nueva York por agentes del FBI en el piso décimo cuarto del edificio Park Row, sin que se le permitiera ponerse en contacto con su familia, amigos ni abogados. Más tarde encontraron su cuerpo aplastado en la acera del edificio y el FBI dijo que se había suicidado saltando por la ventana. Dos amigos de Salcedo que acababan de enterarse de la muerte de su amigo empezaron a llevar armas. Les arrestaron en un tranvía de Brockton, Massachussets, y fueron acusados de un atraco a mano armada y de un asesinato que había tenido lugar en una fábrica de zapatos dos semanas atrás. Estos amigos se llamaban Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Les llevaron a juicio, fueron declarados culpables y pasaron siete años en prisión mientras continuaban las apelaciones, al tiempo que por todo el país y por todo el mundo la gente se interesaba en su caso. En agosto de 1927, y mientras en las calles la policía disolvía manifestaciones y piquetes con arrestos y palizas y las tropas rodeaban la cárcel, fueron electrocutados.
El último mensaje de Sacco a su hijo Dante, escrito en ese inglés que tanto le había costado aprender, fue un mensaje para millones de personas en los años venideros, decía así: “ Así que, hijo mío, en lugar de llorar sé fuerte para que puedas consolar a tu madre…llévala de paseo por el campo tranquilo, recogiendo flores silvestres…pero recuerda siempre, Dante, cuando estés feliz, no uses toda tu felicidad sólo para ti. Ayuda al perseguido y a la víctima pues son tus mejores amigos…en esta lucha de la vida, encontrarás más. Ama y serás amado”
Bueno, amigos, espero que la carta tenga el efecto deseado.
Atentamente, Kurt, Hijo de Don Quijote.

viernes, 23 de enero de 2009

El hombre mutante (I)

Érase una vez, no hace mucho, mucho tiempo, un tipo se calzó unas botas y salió a correr. Ese tipo soy yo y esta es mi historia.

Recuerdo la primera vez que vi un tren. Recuerdo haberle pedido al abuelo que me llevara a ver un tren, por favor, abue, llévame a ver un tren, nunca imaginé que el tren fuera esa cosa tan larga, abue, yo quiero tren, decía, y el abue me miraba como perdonándome la vida, yo quiero tren, volvía a decir, y el abuelo seguía mirándome impasible, y yo seguía y seguía con el quiero tren, y el abue se sacó un moneda de la oreja y me dijo que lo guardara por si las moscas, siempre por si las moscas. Y luego me agarró la mano y echamos a correr.

El día que el abue se murió decidí conseguirme una novia. Pero las chicas no supieron apreciar mi jersey azul de cuello alto y tuve que conformarme con la colección de dinosaurios y mi tortuga tuerta. Lo digo porque el abue era muy importante para mí y tuve que correr mucho y cansarme mucho para olvidarme de todo.

*Foto de amigo Carlos Weiss (www.kineticform.com)

martes, 20 de enero de 2009

Recursos Humanos (I)

Susie Tompkins hablando con Cliff Hudson, recién nombrado empleado del mes.
Si quieres morir siendo el hombre más rico del mundo, tienes que espabilar. Sigue invirtiendo. No gastes nada. No desperdicies nada de tu capital. No te diviertas. No trates de conocerte a ti mismo. No des nada a otros. Guárdalo todo. Muérete lo más rico posible. Pero ¿sabes una cosa?
Oí una frase que lo expresa muy bien. Ese último traje no tiene bolsillos.

Amor

Estoy sentado frente a ti. He bajado las persianas para que nadie nos vea, tal y como habíamos quedado. ¡Estás tan guapa! Mira, te he traído una foto del pueblo para que veas como está la iglesia. El cura dice que ahora durará más de mil años. ¿Quieres que encienda la tele? Es verdad, mejor charlamos un rato. Sabes, tus hijos siguen llevándote flores todos los domingos y tus nietos no dejan de preguntarme por ti. Pero nadie se imagina que sigues aquí. La pequeña Lucía dice que la casa sigue oliendo a ti. ¡Es tan lista! ¿Te gusta la ropa que te puse hoy? ¿Y la tarta, te gusta la tarta que te compré? Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos, y sigues siendo bella, elegante y deseable. Hace cincuenta años que vivimos juntos y te amo más que nunca. Espero que me entiendas. Te hablo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos.

domingo, 18 de enero de 2009

Miguel Montenegro (III)

El primer coscorrón de la vida de Miguel tuvo sabor a jugo de tomate. Una puerta cerrada tuvo la culpa, una puerta obstinadamente cerrada y colmada de misterios. Cuando Miguel visitaba la casa de los abuelos siempre miraba de reojo aquella puerta. Día tras día esperaba que alguien la abriera en un descuido pero el descuido nunca llegaba. Tuvieron que pasar dos cumpleaños y un día del padre para que Miguel, después de un sinfín de titubeos e inseguridades, preguntara al abuelo sobre el asunto del que nadie hablaba. Como era de esperar no obtuvo respuesta.
Una tarde mientras el abuelo preparaba la merienda Miguel aprovechó para ponerse su traje de atravesar paredes, pero tampoco tuvo suerte. La puerta seguía atrancada. Lo intentó todo, rayos infrarrojos, patadas voladoras, polvos mágicos y truenos-de-las-ocasiones-especiales. Pero no hubo manera.
Entonces Miguel ideó un plan.
Como robar no es lo mismo que pedir prestado y pedir prestado no es lo mismo que robar sino todo lo contrario Miguel hizo cuatro padrenuestros y le pidió a jesusito que mirara hacia otro lado.
El plan consistía en esperar a la hora de la siesta, convencer a Luisito, el enano, que tres semanas de ropa plegada y cama hecha, bien equivalían a un minuto de guardia, decirle a la abuela que una llave sin llavero es como un hijo sin padres, quitarse los zapatos y arrastrar los pies hasta la puerta y abrirla, sin más. El éxito dependía de su habilidad para atraer un poco de ternura al hecho culminante, parecer un poco dulce y un poco iluso, y dar pasos firmes hacia el otro lado. Llegada la hora el enano ocuparía su lugar y Miguel miraría hacia el techo y pensaría en lo último que le había dicho el abuelo, aquello de que debía olvidarse de lo que creía que tenía que pasar y hacer que aquello pasase, de ese modo todo iría mejor, y luego con un poco de lo que tenía y otro poco de lo que le faltaba caminaría hacia la puerta y la abriría porque así lo había dictaminado el destino. Y eso hizo.
Al otro lado.
Ante él miles de libros dispuestos en armarios que llegan hasta el techo. Veinticinco estantes, treinta centímetros por estante, veintiún siglos de literatura universal, cuarenta y tres manuales de gramática, trescientos mapas cartográficos, ocho atlas de anatomía humana y un librito con letras doradas y torso bronceado que llamó su atención. Miguel trepó para alcanzarlo y lo alcanzó. Y allí lo ojeó y lo volvió a ojear y el mundo se detuvo y la vida, de repente, se transformó en un parque de atracciones.
Pasaron los minutos, Luisito dejó su puesto y el abuelo comenzó a desperezarse. Miguel continuó absorto en la lectura. No había libros que no pudiese alcanzar, ni armarios lo suficiente altos, tan sólo manos y piernas de menos. Por eso se derrumbó. Porque sus pequeños pies ya no sostenían su peso de gigante.
Mientras se desplomaba se imaginaba a si mismo como un astronauta y sólo cuando alcanzó el suelo se impuso el dolor. Tras el impacto se oyeron los pasos apresurados del abuelo. Se avecinaba lo peor. Miguel consiguió levantarse pero no alcanzó a dar un paso. Unas gotas de sangre con sabor a jugo de tomate acariciaban sus mejillas…

Ilustración obra de mi amiga Julieta Fernández ( http://tacosdoradosconsalsa.blogspot.com)

jueves, 15 de enero de 2009

El día A

No me preguntéis por qué, simplemente tenía que hacerlo. No alcanzo a comprender el motivo de vuestra obsesión, jamás he desarrollado una estrategia premeditada, ni siquiera me he planteado el día después, lo veo como un acto inevitable, algo que tarde o temprano tenía que suceder. Ellos están hechos de otra pasta, Jane quería cambiar el mundo y Saúl quería incomodar un poco a su padre, nada que ver conmigo, yo no tenía otra alternativa

Pasquale (I)

13 de mayo de 1937, Pasquale Casalesi sabe que bajo sus pies hay gente, sabe que cuando accione la palanca y libere las bombas que tiene sujetas al vientre del avión alguien morirá. También sabe que algo puede ir mal, pero no lo suficiente, nunca es suficiente. Pasquale Casalesi, conocido como La Marmota, fue capaz de dormir treinta y seis horas seguidas tras la toma de Harar. Más tarde vinieron las condecoraciones y los paseos militares por Brindissi y Ancona, y aún más tarde los permisos y la vuelta a casa, con sus partidas de damas y sus siestas contagiosas, días enteros sin saber qué hacer ni a dónde ir, y al fin de nuevo la guerra. Pasquale es un tipo lleno de esperanza con una original manía por los bolsillos, en los que guarda toda clase de objetos, animados e inanimados. Dicen que cuando era chico fue capaz de reunir en un solo bolsillo a tres saltamontes, dos escarabajos y una chocolatina suiza. Se rumorea que perdió la chocolatina en un reto de caballeros en la bahía de Vesima, perdiendo también su colección de mariposas, la bicicleta y la novia. A Pasquale le encantaría ser un tipo con aspiraciones sencillas y poder vivir sin complicaciones, como hicieron sus padres y antes sus abuelos. Pero cómo diablos consigues algo así si durante la mayor parte del día estás agachado por los suelos buscando piezas perdidas de ti mismo, cómo diablos le pides a tu prometida que se case contigo si olvidaste su nombre, cómo diablos le dices a tus hijos que no sueñen, que no vuelen, que no crucen la calle sin mirar si en tu cabeza hay una escalera que sube y otra que baja.


Asfalto (I)

286. Un número de tres cifras, la clave de acceso de una taquilla, la habitación de un motel de carretera, las noches que pasé con Aitana, 286, la respuesta a todas mis preguntas. Un ligero estremecimiento me recorre el estómago, aferrándose a la espina dorsal, arañándome las vértebras, escupiendo de dentro hacia fuera, de dentro hacia fuera. Chicken Shack para arrastrarme hasta la calle y The Animals para perderme entre desconocidos. Odio esta ciudad, odio no vivir en Des Moines, Iowa.

martes, 13 de enero de 2009

Jacob Gravosky


Ángela no eligió un banco cualquiera. Tenía un número ilimitado de opciones ya que todos los bancos del parque estaban libres, todos, excepto uno. Jacob Gravosky ocupaba el banco más esquinado de todos, el más alejado. Y no era raro, ya que Jacob llevaba más de veinte años sentándose en ese mismo lugar, sin faltar ni un solo día.

Ángela: He dejado el trabajo.
Jacob: ¿Cómo dice?
A: No volveré a pisar ese maldito despacho.
J: ¿Perdón?
A: Ya se lo he dicho.
J: ¿Y qué es lo que dijo?
A: Dije que dejé el trabajo.
J: Eso está bien.
A: Lo sé, es lo mejor que he hecho en mi vida.
J: Entonces ahora podrá darle de comer a las palomas.
A: Sí, ahora podré hacer lo que quiera.
J: Dígame una cosa.
A: ¿Qué?
J: Debería haberlo hecho antes. Dejar el trabajo, digo, debería haberlo...ya sabe...dejarlo antes.
Angela le miró a la cara. Su forma de hablar le convenía lo suficiente como para seguir insistiendo, pero se detuvo unos instantes contando las cicatrices que salpicaban su rostro.
A: A menudo hacemos cosas que no nos convienen.
J: Lo sé, forma parte de la vida.
A: No quiero que se compadezca de mí.
J: Ya sé, señorita. No tiene porque darme explicaciones.
A: Esta bien, le diré la verdad. Sí, dejé el trabajo, pero no vine aquí para hablar de eso. Estoy revolucionando mi vida.
J: ¿Qué quiere decir con eso?
A: Fácil. Se trata de hacer lo que a uno le apetece en cada momento. Si quiero dar un paseo por Central Park, lo hago, si quiero leer un rato me cuelo en Prithard’s y leo, si quiero conversar con alguien me siento en un banco y…
J: ...le explica su vida…
A: Fácil, no…
Ambos sonrieron. La vida no era tan complicada al fin y al cabo.
A: Sabe, lo único que siento es haber tardado tanto en darme cuenta de todo esto.
J: Entonces ¿Qué es lo que le hizo cambiar de opinión?
A: Conocí a alguien.
Jacob intentó imaginarse aquella persona que había conseguido transformar la vida de Ángela. Y no pudo evitar sentir algo de envidia.
J: ¿Y quién es él?
A: Es una mujer. Se llama Nadia.
J: ¿Nadia?
A: Sí, Nadia.
J: Aha…
A: La conocí mientras escarbaba en los contenedores de la Tercera con Broadway. Tropecé con ella.
J: ¿Estaba escarbando en la basura?
A: Sí, digamos que estaba reciclando comida.
J: No entiendo.
A: Se lo explicaré. Iba yo vuelta loca caminando hacia a Braodway. Llegaba tarde a una cita en un restaurante del centro. Una cita importantísima con un tipo que quería acostarse conmigo.
J: Aha…
A: Algo, por otra parte, que no solía suceder muy habitualmente.
J: No me lo creo.
A: ¿El qué?
J: Que no le suceda habitualmente.
A: Ja, ja, ja. Gracias, muy amable. Pero déjeme explicarle.
J: Adelante.
A: Pues mientras me dirigía hacia la cita tropecé con el trasero de Nadia. Miles, qué digo, millones de traseros revoloteando por la ciudad y me tocó aquel culito famélico. Indignada me volteé para pedir explicaciones, pero no tuve tiempo, Nadia ya se había excusado y me había ofrecido un jugo de naranja.
J: ¿Un jugo de naranja?
A: Sí, un jugo recién exprimido, que según sus propias palabras me regalaba la ciudad de Nueva York.
J: Interesante.
A: Espere que no he terminado. Entonces alcé la vista y comprobé que Nadia no estaba sola, a su alrededor había un montón de gente que como ella escarbaba en los contenedores.
J: Aha...
A: Nadia me explicó que cada noche en la ciudad de Nueva York se lanzaban a la basura más de tres mil toneladas de comida en perfecto estado. Y que al mismo tiempo y en la misma ciudad se morían más de diez personas al día por inanición, la mayoría niños.
J: ¿Cómo es posible que mueran niños de hambre en NY?
A: Parece imposible pero eso es lo que ocurre.
J: Sigo sin creérmelo.
Ángela seguía insistiendo.
A: ¿No lo entiende?Aquellos hombres y mujeres que me crucé aquella noche era el resultado de una situación insostenible. Representaban la avanzadilla de un movimiento que no paraba de crecer. Formaban parte de una organización que se autodenominaba Freegan.
J: ¿De qué diablos me está hablando?
A: Le hablo de los freegans…
J: Aha…los freegans
A: ¡Exacto! ¡Los freegans!
J: Ya...
A: Son algo así como un club de comedores de basura.
J: ¿Me está tomando el pelo, señorita?
A: No, para nada. Imagínese a un grupo de gente que se reúne para ir en busca de alimentos que otros desechan. Pero no les empuja ni el hambre ni la pobreza. Sus acciones responden simplemente a la llamada de sus conciencias. Son como superhéroes del reciclaje, ya sabe, como Spiderman, Dare Devil pero sin llevar calzoncillos apretados...
J: Claro, ya veo...
A: Nadia me explicó que en la puerta de supermercados neoyorquinos como D’Agostino, en el barrio de Midtown, se hacinan cada noche decenas de bolsas de supuestos residuos. Pero si uno mira dentro es posible encontrar todo tipo de frutas y verduras en perfecto estado, yogures, zumos de fruta, pasta, arroz, huevos, carne, pescado ahumado…
J: Debería ir a dar una vuelta por Midtown.
A: No hace falta ir a Midtown, en cualquier lugar puedes encontrar alimentos desechados en perfecto estado, restaurantes, supermercados, hoteles, oficinas…
J: ¿Y si están caducados?
A: Quizá lleven un día caducadas. Quizá caduquen dos días después. La diferencia, dicen, es imperceptible. Los comercios ponen esas fechas mucho antes de lo necesario.
J: Pero entonces ¿por qué acaban en la basura?
A: Por la sobreabundancia. Muchos supermercados simplemente tiran productos cuando les llegan otros más frescos por falta de espacio.
J: ¡Cabrones!
A: Escuche esto. Según un estudio de la Universidad de Arizona, el 40% de los alimentos que se producen en Estados Unidos acaba en la basura sin pasar por ningún estómago; lo que significa que las familias tiran cada año al estercolero 40.000 millones de dólares. Un escándalo si se tiene en cuenta que hay 852 millones de personas malnutridas en el mundo, según la FAO, y que dentro de una ciudad como Nueva York, casi dos millones de personas viven por debajo del índice de pobreza, según el censo nacional.
J: No es posible.
Jacob sintió una impotencia arrebatadora. Se aferró al banco, su banco, en el que había pasado la mayor parte de sus últimos veinte años de vida y soltó un quejido sordo. Ángela prosiguió.
A: Hoy hace una semana que tuve mi primera jornada como freegana. Encontré 130 bagels perfectamente limpios y empaquetados. Y me juré a mí misma que nunca volvería a pagar por ellos. Sin embargo esto es sólo el principio. He declarado la guerra al dinero.
Jacob la miró entre aterrorizado y fascinado. Los cimientos del mundo comenzaban a tambalearse. Y gente como Ángela eran los causantes.
A: Además mira –dijo señalándose la blusa. Ves esto. Lo cambié por mi teléfono móvil.
Jacob sonrío, ambos explotaron en carcajadas. El parque se había llenado de vida, niños correteando, jóvenes jugando al beisbol, ancianos leyendo el periódico y un tipo tocando el violín.
Ángela se puso de pie, le tendió la mano y le propuso:
-¿Baila?
Él la miró perplejo.
J: ¿Bailar?
A: ¿No sabe bailar?
J: La verdad es que no.
A: ¿Por qué no?
J: Nadie me enseñó.
A: Venga, le enseñaré.
Ángela le tomó la mano y colocó su mano libre en la espalda de Jacob. El cuál no apartó la vista de los pies de su acompañante, a pesar de que no pudo evitar pisarla. Ella no se quejó. Cada vez que Jacob levantaba la vista se encontraba la mirada fija de Ángela clavada en sus ojos. Hacía tiempo que no se sentían tan a gusto. Giraban de un lado al otro del parque, sorteando a niños, madres y pelotas.
A: ¡Necesitas practicar! Pero después de una semana, quién sabe, ¡quizás te vea subido en los escenarios de Broadway!
Jacob, resoplando, se dejó caer en el banco.
J:¡¡Uff…no puedo más!!
Estuvieron un tiempo en silencio. Luego Ángela hizo ademán de marcharse.
A: Bueno, he de irme, Fred Astaire.
J: No se vaya tan pronto.
A: Es que quedé con un amigo para reparar mi bicicleta.
J: Repárala otro día.
A: No puedo. No tengo forma de avisarle.
J: No tuviste que haber vendido tu móvil.
A: No lo vendí, lo cambié.
J: Ah…
A: Nos vemos otro día. Ya sé donde encontrarte.
J: Esta bien. Aquí estaré.
Jacob se sentía triste y no entendía por qué. Ángela se acercó hacia él y lo abrazó. También ella se sentía rara, hubiese preferido quedarse. No lo hizo. Le deseó mucha suerte y le prometió que algún día regresaría. Cuando ya se alejaba Jacob se puso de pie, y con la mano alzada, gritó:
- ¡Suerte!

En otros tiempos Jacob había sido un tipo importante. Hoy ya no lo era. Sus dedos olían a comida de paloma. Nunca hablaba con nadie de lo que había conseguido, tenía miedo de que alguien le echara en cara su nueva actitud ante la vida. Aquella mañana sintió como ardían sus entrañas. Se levantó y cruzó Central Park a paso ligero. Luego se coló en un cine de adultos de la Quinta Avenida. A su lado se sentó un tipo que dijo llamarse Miguel Montenegro. También dijo que había venido a Nueva York para cazar mariposas, pero que sólo había encontrado gusanos y ratas.

Los Debbs


Eugene Debbs se consideró analfabeto hasta el 13 de mayo de1877, un día antes de que cumpliera los diecisiete. Dos meses antes, mientras recolectaba manzanas en el valle de Mississipi, había conocido a la mujer de su vida. Se llamaba Ursula Esterhazy y era de pura estirpe magiar. Fueron dos meses muy largos que ocupó robando libros y repartiendo propaganda de la Knights of Labor. Durante todo ese tiempo leyó trece libros y escribió otras trece cartas a su prometida, luego se le perdió la pista por una temporada.

Miguel Montenegro (II)

Miguel disimuló la emoción detrás de una media sonrisa. Luego eligió el vinilo de Miles Davies. Agarró la pipa del abuelo y la llenó con el tabaco de las grandes ocasiones. Mientras daba las primeras caladas observó el humo perfumado alzarse en volutas azules, mezclarse con las notas de jazz, sobrevolar los libros, los platos colgantes y los bodegones. “40º Norte y 3º Oeste”. Las coordenadas del futuro. Arganda del Rey. La meseta.

Ángela y Roberto

En su huida Ángela se preguntaba cómo se podría medir la velocidad a la que se mueve el tiempo. ¿Un segundo por segundo? No tenía sentido. Ni siquiera se podía decir que el tiempo fluyera ni se moviese sin toparse una y otra vez con la misma paradoja. Ángela pensaba en ello mientras fijaba la mirada en el cuentaquilómetros. Roberto conducía arrastrando el coche hacia el vacío. El paisaje se agolpaba en sus cabezas. ¿Y si en realidad no existiese ningún movimiento? ¿Y si todo se está desplegando en el único destello que llamamos el presente? En ese mismo instante el coche se lanzó a toda velocidad contra las protecciones del puente. Justo antes de que el parachoques se arrugase y deformase el morro del vehículo y antes también de que ellos salieran despedidos violentamente hacia delante, antes de que sus rostros aparecieran en todos los periódicos del mundo, Ángela y Roberto creyeron en la posibilidad de volar. Sucedió justo después de que Ángela pensase en ese ahora infinito que nunca transcurrió como supuestamente lo había diseñado, de forma que no solo sus vidas sino cada una de las formas de describir y narrar esas vidas tuvieran tiempo de suceder a toda velocidad, todas a la vez en el instante que pesaba entre el impacto y su muerte, justo cuando salieron despedidos hacia adelante para darse cuenta que ningún cinturón de seguridad podría frenar la rotundidad de sus decisiones.

El Gordo

El Gordo del pene perezoso se miraba al espejo y se convencía de que la vida podía ser maravillosa. El Gordo era un tipo sedentario, no pretendía conquistar países ni fundar compañías petrolíferas, no era su intención, para qué, si todo lo que pudiera desear lo tenía a un palmo de su mano, entre el mando a distancia y la nevera. El Gordo no alardeaba de ambiciones sublimes, esperaba que la vida no le diera ni quitara nada, esperaba despertarse por las mañanas con olor a tostadas calientes. El primer día que conocí al Gordo me contó que la vecina del Quinto se untaba mermelada y que si tenías un poco de suerte podías escuchar sus gemidos. El Gordo pensaba en mujeres en bikini acariciando descapotables y luego te hablaba de la osadía admirable de Ben Johnson. El Gordo no tenía una idea especial sobre la moralidad y el porvenir de la civilización. Nunca le habían dicho que fuera inteligente. En todo caso se reconocía feliz y contento, aunque fuera vagamente. El Gordo no tenía trabajo. Más adelante ya vería. Por el momento había motivos para que estuviera feliz y contento ya que tenía un conocimiento permanente de los días inciertos, las semanas poco probables y los meses muy deficientes. El dolor de espalda le incomodaba pero, ¿acaso ha impedido el sufrimiento físico alguna vez la felicidad?

Elseñorcanoestáenrenteria

El señor Cano está en Rentería. Lo sé porque la señora Urbizu ha enviado una postal diciendo que todo marcha bien, que no tenemos porque preocuparnos, que las vacas siguen pastando en el monte y que los curas siguen reclutando monaguillos. Hace frío en el norte, dice la señora Urbizu, espero que todo vaya bien por allí abajo, el señor Cano les envía saludos. P.D: Roma ya no está en Roma, sino donde yo estoy.