lunes, 29 de marzo de 2010

Ya es mío

Caminaba a ráfagas, como si en un despiste alguien se hubiera olvidado de darle cuerda. Sus frenazos repentinos tenían más que ver con una cultivada relación con el titubeo que con un antojo o una simple casualidad. Detenido casi desaparecía, se perdía entre el ir y venir de los viajeros que le miraban extrañados desde el desdén que despierta el que no avanza, el que se hunde con el mundo sin importarle hacia donde va. Tuvo que palparse la cara para cerciorarse de que aún estaba allí, plantado en medio del andén, repasando mentalmente a una gran velocidad los días que había perdido y que ahora le perseguían con la prontitud de un hechizo. Se había arraigado, había dado forma a sus propias raíces, que habían crecido con fuerza, se había salvado de los trenes sin paradas que habían recorrido su infancia, y lo había hecho solo, sin la ayuda de nadie, pero ahora, de pie junto a la pantalla que anunciaba ciudades y pueblos que ya había olvidado, sentía todo el peso de la traición, una traición que el mismo había ejecutado.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Una revelación

El que vive en este mundo y no reconoce que todo lo que ve y lo que siente es él mismo, cae en el engaño y el espejismo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Intrusos

Eran tres y creían en todo menos en Dios. Se veían a sí mismos como intrusos de un sueño en el que siempre acababan pidiendo perdón. Hicieran o no los deberes todas las tardes terminaban echados en la playa imaginando un cielo que sólo fuera cielo, sin nubes ni pájaros erráticos, moteado tan sólo por las colas blancas de los aviones que parecían anunciar un mundo mejor.

jueves, 18 de marzo de 2010

Cerco de posesiones

Los hombres viven separados unos de otros, separados de lo que son en los otros, separados de sí mismos. El viejo llevaba todo su vida alejándose de lo que había sido. Tal vez por eso le costara tanto aceptarse. Ya no bastaba con comprar lo que fuera para ganarse un lugar en la memoria de la gente, ahora sus posesiones carecían de sentido, ni siquiera un loco las hubiera comprado, pero locos nunca faltaban.

lunes, 15 de marzo de 2010

Juan nunca Juanito

Juan Valdivia fue concebido en un lugar invisible del que sólo se habla en los márgenes de las grandes ciudades. Fue allí donde se cimentó su adhesión a lo irreal, donde construyó la paradoja más intrigante de su vida, cómo existir aún siendo intangible para el resto de la gente. Muy pronto aprendió que la existencia está ligada al mundo del otro, a sus ojos, a su tacto, a sus palabras, y que por mucho empeño que uno ponga si para los demás no eres nadie, desapareces, sin más, y en ese momento culminante, en el que se decide la razón de tu existencia, no eres sólo tú el que pierdes, también tus padres y tus abuelos, los cuales, como tú, fueron invisibles, y en ese bucle infame sus cuerpos se transforman en una espesa bruma por la que debes seguir caminando, quieras o no. La gente existe cuando está ligada a un nombre, pero sobretodo, cuando ese nombre es pronunciado. Por eso Juan se aferraba al suyo como el último de los hombres, temeroso de que la marea se lo tragara, por eso quizás, nunca permitió que le llamaran Juanito, aunque su tamaño se prestara a ello.

lunes, 8 de marzo de 2010

Un león ruge en la pantalla, no soy yo es él.


El viejo era abducido como un imán por el territorio de la barbarie, pero él se retraía, deteniéndose a pensar ¿qué era aquello que había venido a buscar?, ¿qué fuerza lo empujaba hacia adelante, acaso quería librarse de su vida o tal vez pretendía destruir el mundo y sobrevivir a él?, ¿estaba aceptando su incapacidad para comprender o bien se rebelaba ante esa incomprensión? Mientras la ciudad se desmoronaba presa del ruido y la velocidad Juan se imaginaba en la chabola, sentado en esa caja de cartón, que sardónicamente llamaban el trono, con las piernas colgando, sintiendo el frío en las rodillas y preguntándole a su madre por qué Dios se había olvidado de ellos. En ese estruendo medido y deliberado, en el que las palabras tropezaban unas con otras, se dio cuenta de que las deudas debían pagarse y que no hacerlo suponía la aceptación de la mentira y consigo la humillación perpetua.

viernes, 5 de marzo de 2010

Juan siguiendo la sombra de Johnny Rotten


Juan se aproximaba al encuentro con la absoluta certeza de lo aleatorio, adentrándose ya en la lejanía, haciendo hincapié en lo novedoso de su atrevimiento, sintiendo cada paso, cada bocanada de oxígeno, como un regalo, una victoria. Quería permanecer, se trataba de eso, atrapar las olas de su infancia, para anticiparse al expolio que se avecinaba, quería fusionarse con el paisaje, caminar entre las barracas hundidas y pintar de nuevo sus deseos en el espigón, aunque aquello supusiera el delirio, aunque un agujero negro se asentara de nuevo en su espíritu. No había un sentido comunitario en lo que hacía, no era el salvador de nadie, aunque así lo creyera, era una afirmación de su autonomía, de su voluntad emancipadora. Juan enmudeció mil veces antes de escupir sobre la deprimente comodidad que lo cercaba, por momentos, sin embargo, y ya habiendo tomado la decisión de volver, se asombraba por la frialdad de sus sentimientos y la inoperancia de sus palabras, que lo emparentaban con la mentira de la que huía. Inmerso en una de esas luchas intestinas, y reclinado sobre una de las farolas del paseo, descubrió la agudeza de los alcaldes de la ciudad, que, unos tras otro, como directores de marketing, habían delineado el horror en su piel, tatuándole el desprecio y la complacencia.