lunes, 8 de marzo de 2010

Un león ruge en la pantalla, no soy yo es él.


El viejo era abducido como un imán por el territorio de la barbarie, pero él se retraía, deteniéndose a pensar ¿qué era aquello que había venido a buscar?, ¿qué fuerza lo empujaba hacia adelante, acaso quería librarse de su vida o tal vez pretendía destruir el mundo y sobrevivir a él?, ¿estaba aceptando su incapacidad para comprender o bien se rebelaba ante esa incomprensión? Mientras la ciudad se desmoronaba presa del ruido y la velocidad Juan se imaginaba en la chabola, sentado en esa caja de cartón, que sardónicamente llamaban el trono, con las piernas colgando, sintiendo el frío en las rodillas y preguntándole a su madre por qué Dios se había olvidado de ellos. En ese estruendo medido y deliberado, en el que las palabras tropezaban unas con otras, se dio cuenta de que las deudas debían pagarse y que no hacerlo suponía la aceptación de la mentira y consigo la humillación perpetua.

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