sábado, 15 de noviembre de 2008

Miguel Montenegro (I)

Se llama Miguel y se apellida Montenegro. Nació a las afueras de una gran ciudad y nunca pensó que llegaría muy lejos. No porque fuese más lento que los demás, ni porque dibujara marcianos en el cuaderno de matemáticas, simplemente nadie a su alrededor había llegado muy lejos por lo que nunca pensó que se pudiera hacer tal cosa. El 13 de mayo de 1994 Miguel apostaba las últimas monedas de la paga semanal en una máquina tragaperras. Perdió. Salió del bar convencido de que le estaban estafando. Un convencimiento firme ocupaba su cabeza, aquellas máquinas estaban desangrando a todo el barrio. Era injusto. Se acercó al parque y comenzó a columpiarse. Mientras se balanceaba pensó en la persona que había fabricado esas máquinas. ¿Qué tipo de sistema había utilizado? ¿Era español, era un ser humano, era un ruso? Seguramente fuera ruso, acabó concluyendo. Alguien había depositado la máquina en el bar de Antonio, alguien le había pedido a Antonio-por favor-un-huequecito-para-colocarla, alguien le había dicho que ganaría mucho dinero con ella. Y Antonio que era un tipo despierto, no se pudo negar. Miguel salió por los aires y aterrizó a cuatro patas en el área reservada para perros. Luego, y sin más divagaciones, puso rumbo hacia el bar. Saludó a Antonio y se puso a observar detenidamente la máquina tragaperras. En uno de los costados encontró una chapa metálica que contenía una calle, un número y un lugar, Arganda del Rey. Lo apuntó en una servilleta y se marchó a casa de su abuelo, donde había lápices de colores y gomas Milán. Saludó al abuelo y se sentó en la mesa del salón frente a una hoja en blanco. No le intimidó. Los espacios en blanco eran su hogar, su patria. Agarró el lápiz y comenzó a escribir:

Querido Cirsa:

Hay enseñanzas que nos llevamos dentro a todas partes, incluso al otro lado del barrio.

Hay personas a las que no se puede olvidar, como la Conchi, mi vecina.

Creo que la única manera de que una persona, pequeña o grande, no importa, pueda pagar la deuda contraída es afrontar la vida aprovechando lo que ha aprendido. Y usted, siendo un hombre de mundo, habrá aprendido que no es justo robarle el dinero a la gente humilde como nosotros. Calculo haber perdido más de ocho pagas semanales en sus máquinas y eso sin contar el dinero de mi cumpleaños. Espero conseguir convencerle de lo importante que sería para usted y para mí llegar a un acuerdo.

Mi demanda es la siguiente: Le pido, por favor, que retire sus máquinas del bar de Antonio. Confío en que sea comprensivo y sepa ver donde hay una buena acción. Le estaré enormemente agradecido, como dice mi abuelo.

Gracias por todo, de verdad, de verdad

Miguel Montenegro

Zoe (I)

Me llamo Zoe Montenegro Ruiz y nací con sabor a pescadito frito. Vosotros aún no lo sabéis pero desde donde os escribo la gente puede elegir el sabor que tendrán sus hijos. No es de locos. Así es como funcionan las cosas en el 2029. Tengo veintidós años y me gustan los cuentos sin final. Eso es raro aquí, todo el mundo quiere que le expliquen como acaban las cosas. A mí me trae sin cuidado. Lo único que me interesa es la gente. Mi padre, Miguel Montenegro, me enseñó a mirar debajo de la alfombra y por encima de los armarios, decía que por donde no llega la mano llega la mente. Qué razón tenía. Ésta es la razón de mi historia, una frase aparentemente inocente que desencadena una revolución.

Nadieseacuerdadelseñorcano

Se ha ido. Nadie sabe dónde. Ni siquiera la señora Carmen. Nos ha dejado.