sábado, 26 de junio de 2010

Voces de arena

Puede que hayan pasado años y no supe darme cuenta, puede que el sol ya no sea mi aliado y se fagocite golpeándome las mejillas, puede que esta isla sea tan sólo una trampa y yo no sea más que un cebo inocente. Diez días son muchos si punteamos sus segundos, si los enroscamos y los estiramos sobre la alfombra llena de arena. Cuando digo "arena" lo que quiero decir es gente, gente dentro de mí y que no estoy dispuesto a adoptar. Voces que me aconsejan, que me disuaden, que me discuten, que me ordenan, que me callan, que simplemente comentan o que a veces dicen cosas sin sentido, o sin sentido aparente. Tengo la sensación de estar no sólo habitado, sino bulliciosamente -a veces belicosamente- manejado por otros. Lo que me aparta de la locura es que tengo cierta conciencia de a quién pertenece cada voz, de dónde procede, y desde dónde habla cada uno.

viernes, 11 de junio de 2010

M.

Suerte que el mundo está lleno de locos hermosos como afirmó Baudelaire, que llenan el aire de bellas extravagancias y de destinos imposibles, y nos otorgan el alivio de pensar que hay otra forma de vivir y pensar. Suerte que existes tú.

miércoles, 9 de junio de 2010

Una revolución invisible está en marcha

Gozo no está a salvo de la avaricia. Hoy ni siquiera sus príncipes salieron a fanear. Y no lo hicieron porque ya no es productivo, ni rentable, es un grano en el culo, un inversión baldía, hueca e inútil, que se resiste a desaparecer. Pero el mundo se acaba. Lo que nosotros llamamos mundo se desvanece ahora y aquí, mientras dos camareros ojerosos desmontan una terraza vacía que clama al desánimo. Avergonzados por la indecencia que ha generado la inapelable guerra de precios, apartan la mirada cuando se les pregunta por la carta, como si en ella se hallará el testimonio de sus desgracias. Se arrastran entre las mesas recordando con nostalgia los días de plenitud, las propinas suntuosas, los brindis con los clientes, las fiestas que en su estallido arañaban al tedio y lo convertían en jaurías salvajes. En Gozo, en esta isla esponjosa que sirvió de escondrijo para dioses y titanes, el cielo es de color rojo, nadie lo ve salvo nosotros, tú y yo. Rojo como la arista de sus iglesias que se erigen vigorosas entre las casas humildes, rojo también como el blasón de sus escudos, rojo como tú y como yo, que fuimos blancos, pero ya no más. Presiento el hundimiento que se avecina y deseo, ese mismo que nos concederá una nueva oportunidad. Así es como lo pienso, deberíamos rehacerlo todo y empezar de cero. Fue en una de aquellas noches, uno de aquellos momentos, raros en la vida, en los que se tiene la impresión de que, a pesar de la brutalidad de los días, hay unos cuantos instantes privilegiados, momentos que hay que saber captar y canalizar, momentos que nos salvan de caer y nos lanzan por los aires donde encontramos de pronto todo lo que anhelábamos en tierra. Todos los años de dudas e infortunios, las búsquedas infructuosas, las preguntas hirientes, los falsos éxitos cobran de inmediato un sentido rotundo que se impone por su evidencia. Una revolución invisible está en marcha. Quién vive lo sabe.

lunes, 7 de junio de 2010

Melinne

He aquí, pues, me dispongo a seguir la pista a William Bibby, el solitario capitán de fragata que partió del puerto de Gibraltar el 7 de julio de 1784 dejando a su paso un reguero de versos pendientes. Se lo explico al camarero que me mira con el mismo desdén que no he parado de coleccionar desde el primer momento en que puse los pies en esta isla. A los ojos de sus habitantes no soy más que un turista excéntrico que deja poca propina y pregunta demasiado, aún así, Gozo, me contagia optimismo. Estoy sentado en una taberna del puerto de Marsalforn dispuesto a comprobar, si como dicen, la mesa es, en su mayor parte, espacio vacío. Y lo es. Por Dios que lo es, un vacío que encierra en sí mismo una larga y pesada travesía por la que, quiera o no, deberé transitar. Es tarde e intento memorizar todo lo que ven mis ojos, quiero retenerlo, metabolizarlo, convertirlo en una extensión de mi cuerpo, porque de otro modo acabaré olvidándolo. Pretendo llevar un registro detallado de los hechos que me acercan a la vida, y eso, aunque suene raro, me lleva en ocasiones a la muerte. Esta palpitante verdad florece en cuanto el camarero me explica que en su isla ya nadie recuerda los días en que los pescadores salían radiantes a fanear, y que ahora, ahogados por las deudas, deambulan angustiados por los muelles. Y aún así no puedo quitarme de la cabeza que hace un rato, en esta misma terraza, cuando el sol empezaba a encogerse, he visto a la mujer más hermosa del mundo. Se llama Melinne y alarga las eses hasta convertirlas en serpientes.

viernes, 4 de junio de 2010

Una piel salvaje

Procuraba no pensar en el futuro o en el pasado y se imaginó aferrado a aquel momento, el precioso presente, como un escalador sin cuerda en un acantilado, apretando fuerte la cara contra la roca y sin osar moverse. Un agradable aire frío acariciaba su torso desnudo. Escuchaba el percutir de las olas lejanas, los graznidos de las gaviotas y el sonido aún latente de sus sueños rotos.

jueves, 3 de junio de 2010

Como dos moscas minúsculas

–¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? –me preguntó.

–¿Qué? -contesté.

Me agarró del cuello y me atrajo hacia ella susurrándome en la mejilla.

–Cómo se te marcan las venas de los antebrazos. Y la musculatura que te recorre la cintura.

–Eso es muy superficial, Lucía.

–No se puede ser profundo sin superficie -respondió.

miércoles, 2 de junio de 2010

Marsalforn

La vida se revela ante mis ojos en Marsalforn. Ella, triste y cabizbaja, quiere tenderle la mano cuando él la solicita, pero no puede, es incapaz siquiera de alzarla sobre la mesa. Los miro y me veo a mí mismo buscando un lugar donde esconderme. Te seguiré a donde vayas, le dije, y ahora me arrepiento. Toneladas de palabras viejas como huellas abandonadas en la arena se disponen a erguirse sobre el paseo. Si en este preciso momento tomase el deseo su forma más perfecta adoptaría la silueta de un pájaro volando hacia mi isla. Pero sigo en Marsalforn, donde mis ojos están aprendiendo a mirar.