miércoles, 9 de junio de 2010

Una revolución invisible está en marcha

Gozo no está a salvo de la avaricia. Hoy ni siquiera sus príncipes salieron a fanear. Y no lo hicieron porque ya no es productivo, ni rentable, es un grano en el culo, un inversión baldía, hueca e inútil, que se resiste a desaparecer. Pero el mundo se acaba. Lo que nosotros llamamos mundo se desvanece ahora y aquí, mientras dos camareros ojerosos desmontan una terraza vacía que clama al desánimo. Avergonzados por la indecencia que ha generado la inapelable guerra de precios, apartan la mirada cuando se les pregunta por la carta, como si en ella se hallará el testimonio de sus desgracias. Se arrastran entre las mesas recordando con nostalgia los días de plenitud, las propinas suntuosas, los brindis con los clientes, las fiestas que en su estallido arañaban al tedio y lo convertían en jaurías salvajes. En Gozo, en esta isla esponjosa que sirvió de escondrijo para dioses y titanes, el cielo es de color rojo, nadie lo ve salvo nosotros, tú y yo. Rojo como la arista de sus iglesias que se erigen vigorosas entre las casas humildes, rojo también como el blasón de sus escudos, rojo como tú y como yo, que fuimos blancos, pero ya no más. Presiento el hundimiento que se avecina y deseo, ese mismo que nos concederá una nueva oportunidad. Así es como lo pienso, deberíamos rehacerlo todo y empezar de cero. Fue en una de aquellas noches, uno de aquellos momentos, raros en la vida, en los que se tiene la impresión de que, a pesar de la brutalidad de los días, hay unos cuantos instantes privilegiados, momentos que hay que saber captar y canalizar, momentos que nos salvan de caer y nos lanzan por los aires donde encontramos de pronto todo lo que anhelábamos en tierra. Todos los años de dudas e infortunios, las búsquedas infructuosas, las preguntas hirientes, los falsos éxitos cobran de inmediato un sentido rotundo que se impone por su evidencia. Una revolución invisible está en marcha. Quién vive lo sabe.

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