viernes, 5 de marzo de 2010

Juan siguiendo la sombra de Johnny Rotten


Juan se aproximaba al encuentro con la absoluta certeza de lo aleatorio, adentrándose ya en la lejanía, haciendo hincapié en lo novedoso de su atrevimiento, sintiendo cada paso, cada bocanada de oxígeno, como un regalo, una victoria. Quería permanecer, se trataba de eso, atrapar las olas de su infancia, para anticiparse al expolio que se avecinaba, quería fusionarse con el paisaje, caminar entre las barracas hundidas y pintar de nuevo sus deseos en el espigón, aunque aquello supusiera el delirio, aunque un agujero negro se asentara de nuevo en su espíritu. No había un sentido comunitario en lo que hacía, no era el salvador de nadie, aunque así lo creyera, era una afirmación de su autonomía, de su voluntad emancipadora. Juan enmudeció mil veces antes de escupir sobre la deprimente comodidad que lo cercaba, por momentos, sin embargo, y ya habiendo tomado la decisión de volver, se asombraba por la frialdad de sus sentimientos y la inoperancia de sus palabras, que lo emparentaban con la mentira de la que huía. Inmerso en una de esas luchas intestinas, y reclinado sobre una de las farolas del paseo, descubrió la agudeza de los alcaldes de la ciudad, que, unos tras otro, como directores de marketing, habían delineado el horror en su piel, tatuándole el desprecio y la complacencia.

No hay comentarios: