martes, 27 de enero de 2009

Valentina (I)


Escena I

Antiguo despacho de Martin Brukman, ex-directivo de Brukman S.A Vemos algunos de los objetos que contiene: un globo terráqueo, un ordenador extrañamente antiguo, montones de papeles y una foto del Che sobre el escritorio. De la pared cuelga una tela con un lema en letras rojas, dice así: Ocupar, resistir, producir. Daniela Pessoto, nueva flamante presidente de Brukman, habla por teléfono mientras Andrea González, una empleada, espera sentada frente al escritorio.
Daniela: Sí…No…Sí…No es eso. Simplemente no podemos adelantarnos. No quiero…no…Escúchame tú…Los pedidos ya están hechos por lo tanto hay que ponerse a trabajar…No importa…te digo que no importa…Mañana sin falta estaré allí… Gracias, muchas gracias…Ciao, hasta mañana…ciao.
Daniela cuelga el teléfono y saluda efusivamente a Andrea.
Daniela: Buenos días, Andrea. ¿Todo bien?
Andrea: Muy bien. Ya están listos los pedidos del Metropolitano sólo falta embalarlos y llamar a Enrique para que se los lleve.
D: ¡Perfecto!
A: Lo de Anselmo está un poco atrasado. No han llegado los tintes que pedimos, y sin tintes no hay ropa.
D: No hay problema, ya hablé esta mañana con él y nos va a conceder una prórroga de diez días.

Ambas se miran y sonríen. Cada día se compenetran mejor. De fondo se escucha el repicar de las máquinas de coser. Daniela está pletórica. Ésta ha sido una semana redonda. Agacha la cabeza y repasa un papel que tiene sobre el escritorio.

D: Mira –dice señalando al papel- está es la prueba de que el mundo puedo funcionar sin patrones. No los necesitamos…son un estorbo. Lo ves, es tan fácil como sumar y restar. Mira, esta columna de aquí –señalando el papel- son nuestros gastos de los últimos tres meses y ésta nuestros ingresos. El resultado son nuestros beneficios. ¿Te das cuenta? Somos una empresa rentable. Mira…lo ves…
A: Sí…no hay duda, somos rentables.
D: ¿Y sabes lo que eso significa?
A: Mmmm…¿Que no van a desalojarnos?
D: Ojalá así fuera, pero esa decisión depende del juez...
A: Ya…
D: No, no es eso, me estoy refiriendo a algo que nos afecta más directamente…algo que tiene que ver con lo sensible…con nuestra dignidad…(Pausa)…¿me entiendes?
A: Más o menos.
D: Andrea hemos sido estafadas. No sólo las trabajadoras de Brukman…todos hemos sido estafados, toda la sociedad…¿lo entiendes?
Andrea asiente con la cabeza.
D: Nos han hecho creer que no podíamos, que jamás lo lograríamos sin ellos. Pero la experiencia nos ha enseñado lo contrario. Sí podemos. Claro que podemos. Lo ves –señalando al papel. Con nuestras manos –alzando la mano-, con nuestras piernas, con nuestra imaginación…Solas podemos.
Daniela tuvo que tomar aire después de sus palabras. Andrea la observaba aferrada a la silla, temerosa de caer en cualquier momento.
D: En diciembre del 2001 Brukman era una empresa semi abandonada. Sus dueños pagaban vales de dos pesos semanales en lugar de sueldos, no pagaban impuestos ni los servicios de electricidad, gas ni agua, ni nada…No hacían ningún tipo de mantenimiento y tenían deudas que duplicaban el valor de fábrica. La situación era tan calamitosa que cuando Marcelo –trabajador de la planta- enfermó, los empresarios no se hicieron cargo de su atención médica. Marcelo, de 28 años, murió y su familia sólo recibió la colecta que pudieron juntar sus compañeros. Lo pasamos muy mal entonces, muchos enojos, muchas penas. Fue realmente duro. Pero había que seguir, seguir hacia adelante. Dos meses después, cuando tomamos la planta, la fábrica se llenó de vida. La empresa que parecía terminada resultó tener mucho para dar: comenzamos a cobrar nuestros sueldos, pagamos los servicios, incluso a aquellos que tenían deudas acumuladas, arreglamos las máquinas y hasta costeamos el salario de una compañera enferma. Todo era posible.

Silencio. Daniela se empapa el sudor de la frente con un pañuelo rojo. Andrea se acomoda en la silla. Sonríe. Busca la complicidad de su compañera.
A: Me hubiese gustado estar entonces.
D: ¡Estabas! No físicamente…de otro modo quizás. Nosotras lo percibíamos…no sé cómo explicarlo…notábamos la presencia de todos lo que estaban hartos, hartos de estar hartos…Aquellos que les habían robado sus ahorros, los obreros en paro, los maestros desahuciados, los estudiantes sin futuro, todos nos empujaron a tomar la fábrica. Lo hicimos todos.

El reloj de pared marca las once menos cuarto. Al fondo las máquinas de coser siguen percutiendo sobre las mesas de costura.

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