martes, 13 de enero de 2009

Ángela y Roberto

En su huida Ángela se preguntaba cómo se podría medir la velocidad a la que se mueve el tiempo. ¿Un segundo por segundo? No tenía sentido. Ni siquiera se podía decir que el tiempo fluyera ni se moviese sin toparse una y otra vez con la misma paradoja. Ángela pensaba en ello mientras fijaba la mirada en el cuentaquilómetros. Roberto conducía arrastrando el coche hacia el vacío. El paisaje se agolpaba en sus cabezas. ¿Y si en realidad no existiese ningún movimiento? ¿Y si todo se está desplegando en el único destello que llamamos el presente? En ese mismo instante el coche se lanzó a toda velocidad contra las protecciones del puente. Justo antes de que el parachoques se arrugase y deformase el morro del vehículo y antes también de que ellos salieran despedidos violentamente hacia delante, antes de que sus rostros aparecieran en todos los periódicos del mundo, Ángela y Roberto creyeron en la posibilidad de volar. Sucedió justo después de que Ángela pensase en ese ahora infinito que nunca transcurrió como supuestamente lo había diseñado, de forma que no solo sus vidas sino cada una de las formas de describir y narrar esas vidas tuvieran tiempo de suceder a toda velocidad, todas a la vez en el instante que pesaba entre el impacto y su muerte, justo cuando salieron despedidos hacia adelante para darse cuenta que ningún cinturón de seguridad podría frenar la rotundidad de sus decisiones.

No hay comentarios: