lunes, 23 de noviembre de 2009

Moshe y Yo

El viejo se despertó de repente, como un hombre sorprendido, como un hombre al que hubieran echado a palos del sueño o se lo hubieran birlado, tal vez enojado por la inesperada presencia del mundo. Respiró apresuradamente y contempló con tristeza los haces de luz que dividían en franjas las paredes del dormitorio. Permaneció unos instantes tumbado a un lado de la cama mientras miraba la habitación. Con un suspiro hondo y desganado se volvió lentamente boca arriba y miro al joven que se encontraba junto a él. El muchacho dormía con los ojos abiertos. Con paciencia el viejo se levantó y se dispuso a analizar el rostro del intruso. No le gustó lo que vio, una mata de pelo mal puesta, desubicada, ladeada hacia la izquierda, como si en un despiste alguien se hubiese olvidado de rellenar la parte derecha de su cabeza. Tuvo que ponerse las gafas para determinar el grado de su demencia y nuevamente se asustó, esta vez con razón, al ver que el joven seguía ahí, con esos dos ojos enormes clavados en el techo. No había desaparecido, por lo que no formaba parte del sueño, alguien lo había colocado allí, alguien que quería confundirle, tal vez él mismo, imbuido por aquella persecución enfermiza que lo llevaba del pasado al presente pasando por el futuro. El viejo y el joven se parecían tanto que no se hacía extraño pensar que fueran la misma persona, pero qué persona se preguntaban ambos.

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