domingo, 29 de noviembre de 2009

El padre de Moshe

Poco antes de que desapareciera bajo las turbias aguas del Wannsee, Moshe, en un acto de valentía le había explicado a su madre como le habían escupido por las calles de Berlín, al parecer por no considerarle lo suficiente alemán, algo que se escapaba por completo de su entendimiento. Eran tiempos difíciles para alguien como él, pero aún no sabía por qué. Los que hasta entonces había sido sus amigos dejaban de repente de serlo, sus vecinos ya no le deseaban los buenos días y en el colegio los profesores se llenaban la boca con palabras como protección de la sangre y el problema judío. De un día para el otro había perdido el respeto de sus compañeros, y eso le entristecía porque él seguía sintiéndose tan alemán como el que más, seguía emocionándose escuchando a Wagner y continuaba peleándose con sus primos franceses por defender el honor de Alemania. El mundo se había vuelto loco y lo peor aún estaba por llegar.
Tras la muerte de su madre, entre sus pertenencias halló una foto de su padre que nunca había visto. Debieron de hacérsela durante el desalojo forzoso, poco después de la proclamación de las leyes raciales, estaba muy delgado, el traje le iba grande, tenía las facciones tan agudas que parecía una caricatura de si mismo; ya no era la figura sonriente de antaño, ligeramente entrado en carnes y de aspecto recio, ese ya no era su padre, otro había ocupado su lugar. Lo peor es que no se había dado cuenta de la transformación hasta que se topó con la fotografía. Convivía con él día tras día, pero ni le miraba a la cara, evitándolo tanto como fuera posible. Su padre era el culpable de todas sus desgracias y empezó a verlo como tal. Rechazaba de plano su actitud sumisa, le sacaba de quicio tanta complacencia, tardes enteras encerrado en la sinagoga para nada, no aguantaba sus quejidos, le volvían loco, dejó de acudir a las fiestas familiares y poco a poco se fue recluyendo en si mismo. No tardaría mucho tiempo en odiarlos.

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