viernes, 13 de noviembre de 2009

Moshe vuelve de España (1937)

Llegué de España hundido, enfurecido por las mentiras del partido, esperando encontrar un hogar, un pilar al que agarrarme, y me encontré con un país poseído por el odio. Mis padres habían preparado un gran banquete, con todos esos platos del Este que tanto había recordado en los días de abstinencia, fotos de mi bar mitzva decoraban toda la sala y el famoso trofeo del campeonato de natación presidía la mesa, pero no bastaba, cómo diablos iba a bastar para esconder su agonía, cómo consigues disimular el dolor cuando es real. A pesar de sus reiterados esfuerzos por ocultar la realidad, supe desde el primer momento que todo aquello era una farsa, esa fiesta de bienvenida era en realidad el velatorio de nuestra propia muerte, era un despedida, nos estábamos despidiendo de nuestras vidas, abatido eché un vistazo a mi plato y comí con la sensación de haber perdido una guerra, la más importante de todas, una guerra sin campo de batalla, perdida incluso antes de nacer, todavía recuerdo ese sabor que me perseguiría día y noche, antes y después de comer, produciéndome arcadas, sin descanso, dejándome exhausto, al borde del delirio. Me fijé en los cubiertos, ya no eran de plata, el mantel no alcanzaba el ancho de la mesa, tampoco pregunté por el vino, ya nada volvería a ser como antes, pensé, éramos fantasmas, y moriríamos siendo fantasmas ¿Dónde había vuelto, entonces, quiénes eran esos viejos que decían ser mis padres, dónde había quedado su opulencia y su orgullo, que significaba ser judío, que diablos significaba ser judío? Estábamos sentados a la mesa, era casi media noche, de repente oímos el timbre, hice ademán de levantarme pero mi padre me lo impidió, me agarró de la camisa y con la derrota escrita en su rostro me invito a sentarme de nuevo, por favor, parecía decir, suplicándolo, siéntate y come, come hasta reventar, ambos se echaron a temblar, no entendí nada, de nuevo volvió a sonar el timbre, mi madre se puso los zapatos para acudir a la puerta pero mi padre dijo que esperáramos hasta que volviera a sonar, permanecimos inmóviles, esperando algún ruido, alguna excusa que nos obligara a actuar, que acabara para siempre con aquella pesadilla, pero no sonó, y nos quedamos mirándonos preguntándonos que tipo de vida era aquella que nos tenía reservado nuestro querido dios, y por qué.

No hay comentarios: