miércoles, 25 de noviembre de 2009

Markus en Wannsee

Que mi vida haya valido la pena, que lo que haya hecho o dicho no sea en vano, que al fin pueda mirarme a la cara sin indeferencia, que mis pies inmersos en el lago no se hundan, que floten y caminen sobre las aguas, que no se hundan para poder llegar hasta ella y abrazarla, apretando fuerte los brazos, que la corriente nos lleve aprisa a la otra orilla, para vivir tranquilos y dignamente, como solíamos hacer.
Tenía los pies inmersos en el lago y sentía como me hundía poco a poco, seguía lloviendo y el Wannsee era incapaz de absorber tanta agua, los árboles, impasibles, parecían disfrutar con mi desgracia, una especie de picor me salía del estómago erizándome los conductos más sensibles de mi cuerpo, estaba intentando comprender, si eso era posible, comprender sin llegar a ser devorado, triturado, por lo que un día fui y ya no soy, por mi mismo. Tal vez mi elección fuera que ya no tenía elección, que ya no podía decidir si comprometerme o no, ya no podía seguir ignorando la verdad, esa verdad de la que había estado huyendo durante más de cuarenta años para poder vivir tranquilo, para crear una familia como el resto de la gente, lo que ellos llamaban gente, todo aquello al fin se había acabado, mi fiesta de disfraces había llegado a su fin. Me preguntaba si podía existir algo que fuese capaz de posibilitar una vida feliz, o acaso había de limitarme a renunciar a los sueños de libertad y justicia, taparme los ojos y convencerme de la inutilidad de todo lo que pretendía, pero mis pies ya caminaban sobre las aguas cuando pude darme cuenta, livianos pero firmes, bailando una canción sobre héroes antiguos.
En nuestro mundo, el que nuestros padres nos dejaron, no hay lugar para el desanimo, ésta es una lucha por la supervivencia, por la verdad, por la comida que comes, por los labios que besas, la música que escuchas, las páginas que lees, ésta es una lucha desigual en la que no se puede mirar hacia otra parte y seguir llenando la nevera, como si nada, como si todo estuviera en su sitio, como si no hubieran víctimas ni verdugos.

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