domingo, 15 de noviembre de 2009

¿Quién no fue Moshe Veit alguna vez?


A la vuelta de Barcelona ya no me quedaba nada de mi antiguo amor por las ideas y los ideales, ese desencanto me destruyó, convirtiéndome en un ser egoísta, capaz de cualquier cosa para sobrevivir, me alejé de mi familia, dejé de acudir a la sinagoga, abandoné a mis compañeros del partido, me deshice de cualquier huella que me relacionara con mi pasado, ya había tenido bastante, no quería sufrir más, comprendí que mi única salida era extirpar el judío que había en mí, y así lo hice, no me juzguéis, no estaba abandonando a nadie, no me estaba subordinando ante nadie, simplemente estaba comprendiendo la dramática situación a la que me enfrentaba, quería comprender, quería vivir. Mi pueblo siempre ha estado marcado por un sentimiento de inferioridad, lo veía por todas partes, en la actitud de mi padre cuando hablaba con el señor Geiser, en cómo bajaba la cabeza ante los desaires de aquel tipo repugnante, yo no lo soportaba, ¿por qué diablos se comportaba de aquel modo, por qué no le retaba, por qué no lo agarraba del cuello y le perdonaba la vida? No, eso nunca, eso es cosa de gentiles, me sermoneaba indignado ¿Qué sentido tenía todo aquella humildad mal entendida? Me arde la sangre sólo de pensarlo. Nunca entendí aquella obsesión por pasar de puntillas ante el insulto, si aquello significaba ser judío conmigo se habían equivocado. Nunca hablé con naturalidad de mi condición, mis compañeros no lo hubiesen entendido, odiaban a los judíos y por consiguiente también me hubiesen odiado a mí, por lo que siempre me escondía, por aquel entonces, lo único que pretendía era solucionar mi gran desgracia personal, quería dejar ser quien era y convertirme en uno de ellos, y vivir como ellos, agarrar del cuello como ellos, estaba harto de las consignas de los rabinos, no amar, no actuar, no responder, no mezclarse, yo había nacido judío sin serlo, sin haberlo sido nunca, nadie me había preguntado, y entonces llegó Hitler y comprendí que si quería seguir viviendo tenía que mentir, hacer trampa, y eso hice. La mentira es hermosa cuando la escoges, yo escogí mi mentira, pero hoy, cuarenta años después me he dado cuenta que soy un oportunista abocado a destrozar su existencia, y lo peor es que ya no hay marcha atrás, ni siquiera recuerdo las pequeñas cosas, nadie me cree, todos me dan la espalda, me asusto y dudo si existí alguna vez, si alguna vez fui Moshe Veit o fue sólo una invención.

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