martes, 1 de diciembre de 2009

Un año y quince días

Comencé este blog hace un año y quince días cuando aún tenía una casa en la montaña. Ya no la tengo. Os decía que el señor Cano había desaparecido y el señor Cano sigue sin aparecer. Su sitio lo ha ocupado una familia de peruanos que ríen y cantan desde la mañana a la noche, sin descanso. Es complicado estar hablando con el viejo sobre el horror de la guerra cuando al otro lado de la pared están cantando Juanes a todo trapo. Pero la ciudad tiene estas cosas, nunca te acabas de sentir solo, siempre hay una voz al otro lado que te hace sonreír, aunque en el fondo quisieras asesinarlos.
Esta mañana me topé con las hijas adolescentes del matrimonio, iban vestidas con gracia, leotardos y jersey a rayas, miraban a un lado y a otro, esperando encontrar al príncipe que les sacara de su pesadilla personal, sin embargo me encontraron a mí, el tipo raro de enfrente que unos días sonríe y otros reparte postales de navidad. Hola, chichas, les dije, hola, me contestaron, a qué piso vais, les pregunté sabiendo perfectamente cual sería la respuesta, al tercero, contestaron al unísono, apreté el botón con cierto suspense, la pequeña empezó a susurrar una canción de amor, la mayor la cortó de inmediato, ambas sonrieron, yo sonreí, llegamos al tercer piso, nos bajamos, hasta luego, chicas, dije, hasta luego, vecino, dijeron conteniéndose la risa.

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