martes, 1 de diciembre de 2009

Cristina


El odio contra los traidores es celebrado. La multitud los empuja a la hoguera donde sus chillidos se aplacan con el fervor de la gente. Pensar que una chiquilla ha muerto porque había decidido amar al chico equivocado, pensar que se coló en el portal de los Freidman para escuchar a escondidas la música milagrosa de su amado, pensar que sus padres la siguieron y la delataron, entregándola a sus verdugos, y pensar que soy uno de ellos, de los que matan, de los que algún día tendrán que pagar por ello, pensar que un día estuve al otro lado y ahora estoy aquí, con los que deciden si mereces o no vivir, pensar que sigo recordándolo sin sentir un mínimo de compasión me revienta por dentro. Siento nauseas Tengo que mantener la calma. Tengo que entender, si es posible. Si está al alcance de mi mano. Cristina, se llamaba Cristina y nació y vivió en este mundo. Sus amigas la recordaban jugando a la comba, dibujando en el parque, mirándolo todo, con sus ojos enormes, para que no se le escapara nada, para que algún día pudiese recordarlo, cuando fuese mayor y tuviera nietos, un montón de nietos. Cristina fue culpable de haber nacido en un mundo que no fue capaz de entender. Pensó que todos éramos iguales bajo el manto de Dios, y se equivocó.

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