domingo, 13 de diciembre de 2009

Marla, el viejo y yo

Llegué a casa y el viejo seguía tumbado en la misma posición, mirando hacia el norte, donde pretendía volver algún día. Dejé la mochila sobre la mesa y tomé asiento. Durante un rato estuvimos en silencio. Llevábamos unos cuantos días encallados, la energía que nos había acompañado las últimas semanas se había ido apagando lentamente. Pensé en lo raro de estar continuamente buscando algo que era incapaz de descifrar, pensé en el viejo y en las cosas que nos unían, y tuve miedo de perderlo a él también. Pensé en las posibilidades de rehacer nuestras vidas e imaginé una casa al borde del mar donde nunca faltarían historias para contar. Cuando ya estaba sintiendo el cosquilleo del sol en la mejilla el viejo se incorporó y preguntó: ¿Y qué pasó con Marla? Era la última pregunta que esperaba oír y sin embargo era la única pregunta que nos permitía seguir. Me tomé mi tiempo en contestarle. Marla está bajo el lago, esperándote, allí es donde deberías ir a buscarla. El viejo se mordió la lengua como había hecho tantas veces en su vida y se puso serio conmigo. Chico, me dijo, no puedes hablar sin tener ni idea, esto no es un deporte, no puedes contestar como si estuvieras jugando un partido de tenis, no estamos compitiendo por ningún torneo, esto es la vida, no es un ningún juego, me oyes, cómo te atreves a decir…mierda…deja a mi madre en paz, quieres…estamos hablando de Marla…o es que no puedes entender lo que eso significa…mírate…tú también la buscas o es que no te das cuenta. Sentí pánico. Marla tiene que estar por alguna parte, zanjó el viejo. Entonces, desde un lugar que soy incapaz de identificar, pregunté: ¿Para qué diablos quieres encontrarla? El viejo me miró y dijo, siento vergüenza y pena de ti, muchacho, no has entendido nada. Luego agarró su chaqueta y se perdió por el pasillo. Me quedé solo en el salón intentando sostener el techo con mis hombros, pero ya no era el de antes, que lo aguantaba todo, ahora me costaba sostener mi propio cuerpo, incluso me costaba hablar con el viejo que al fin se atrevía a decir la verdad, tal vez tenga que hacerme mayor para comprenderlo, tal vez haya llegado el momento de intentarlo.

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