miércoles, 2 de diciembre de 2009

Adoctrinamiento

“Un pueblo que se respete a si mismo no puede dejar, en la escala aceptada hasta ahora, sus actividades más elevadas en manos de individuos de origen racial extranjero. Permitir la presencia de un porcentaje demasiado elevado de personas de origen extranjero en el seno de la población autóctona podría aceptarse como la aceptación de la superioridad de su raza.” Desde lo alto de la tarima Joseph Goebbels arenga a la multitud con un discurso lleno de matices perversos. Pero a mí, lo perverso, me tiene sin cuidado. Estoy aquí, eso es lo que cuenta. Miro a mi alrededor y veo al futuro de Alemania. Siento que voy a vomitar. “…¡Un pueblo, una raza!…” Goebbels sigue insistiendo. Cientos de enloquecidos saltan sobre sus asientos, yo soy uno de ellos, estoy entre ellos, estamos en otoño, un otoño más caluroso de lo habitual, hace ya tiempo que mi padre ha perdido su negocio, ahora en manos arias, mi vida es una gran mentira, me levanto por la mañana y me disfrazo de no-judío, me limito a negar todo lo que he sido hasta ahora, luzco un brazalete con la esvástica que he gravado yo mismo, camino a paso firme, miro con recelo a mis vecinos, convertidos ahora en mis enemigos, a mi lado, un gigante borracho busca mi aprobación tras un alarde lleno de odio contra mi pueblo, le concedo un sonrisa cómplice que esconde un miedo ancestral, la voz de Goebbels retumba en mi cabeza, noto la fuerza redentora del pueblo alemán, arrasándolo todo, quemando aldeas y cosechas, sepultándolos bajo una montaña de desechos “…los judíos amenazan nuestro pueblo, la vía de entrada de sangre extranjera en el cuerpo de nuestro Volk puede hacernos desaparecer…” Imagino desapareciendo al pueblo alemán y no siento nada, y eso me perturba, tengo que enrabietarme, tengo que salir a la calle y destrozar escaparates de comercios judíos, tengo que despreciar a los tipos de nariz prominente y tez oscura, pero no sé como se hace y me entra el pánico, el tipo borracho de antes me agarra del cuello y empieza a patearme el culo, así es como se divierten estos tipos, pienso, “…el matrimonio mixto debe ser suprimido…”, la muchedumbre aplaude entregada, me sorprendo contemplando la posibilidad de casarme con una granjera bávara cuando de los altavoces surgen las valkirias de Wagner, mostrándonos el camino de la salida, saltamos de júbilo, en la excitación tropiezo con la espala peluda del borracho, siento náuseas, corro en dirección al lavabo donde echo las galletas Pretzel de la abuela, más tranquilo pongo rumbo hacia al barrio, lo hago con una sensación extraña, entre perversa y melancólica, como si algo estuviese a punto de desaparecer.

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