jueves, 10 de diciembre de 2009

Marla

A Markus le pasa lo mismo que a Tomás, las cosas que quiere decir se le encallan en la boca. Empecé a escribir esta historia porque quería comprender, mentira, empecé a escribir esta historia porque el viejo me obligó. Si no lo hacía, me dijo, todo se quedaría como está y eso sería un desastre tanto para él como para mí. Comencé a escribir sin saber muy bien hacia donde iba. El viejo me explicó que escribir era como estar buscando a alguien que no existe, y eso no me ayudó demasiado. Cuando el viejo era pequeño cazaba mariposas con un artilugio futurista que succionaba todo lo que se sostenía en el aire. Por lo que los demás niños lo odiaban tanto que su padre tenía que sobornarles para que acudieran a sus fiestas. Por eso cuando Markus, que por entonces era Moshe, me explicó la historia de Marla, no quise creerle. Por qué si había estado tan enamorado no iba a buscarla, por qué no la había seguido hasta los campos, por qué se había convertido en Markus y se había casado con esa tal Claudia. La única explicación que se me ocurría era que no había tenido más remedio. Markus me hablaba de Marla como de un secreto, me hablaba del sabor de su boca, de la forma de su cuerpo y se le iluminaba la cara y volvía a tener trece años, y se imaginaba paseando por la orilla del Speer, cogidos de la mano, hablando de todas las cosas que esperaban hacer, y luego acababa diciendo que el trigo siempre puede crecer del estiércol y hacía un gesto con la mano como señalando hacia un lugar lejano, donde creía le estaba esperando Marla.

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