jueves, 10 de diciembre de 2009

El legado de Tomás

Érase una vez un muchacho que había perdido una guerra, érase una vez ese muchacho llegando a un pueblo como si hubiese vencido, paseándose de un lado a otro con el orgullo intacto, convencido de sus ideas, ahora si cabe, más firmes, érase una vez una muchacha guapa con un miedo atroz, érase una vez ese mismo muchacho, ya convertido en hombre, ganándole cada día al desánimo, érase una vez un tiempo en el que había estado escondido en grietas, sótanos y agujeros, érase un vez un amor secreto que no revelaron ante nadie, una promesa y un hijo, mi padre.
Si Tomás tosía era porque se había pasado media vida fumando, nada tenía que ver con alguna tipo de debilidad. Recuerdo una tos áspera que lo sacudía de arriba a bajo y lo convertía al instante en un muñeco de la tele, balanceándose de una punta a otra de la mesa. Años más tarde aprendí que el viejo quería decirnos algo, esos ataques de tos eran en realidad un mensaje secreto, deseaba explicarnos un montón de cosas pero no podía, cuanto más tiempo pasaba, más ansiaba decirlo y más imposible se le hacía. Aquello que molestaba tanto a María eran palabras perdidas, palabras atemorizadas que vagaban sin rumbo hasta que eran propulsadas al vacío, cayendo sobre nosotros. A veces se despertaba en plena noche con una sensación de pánico. “¡María!”, gritaba. Pero, antes de que las palabras salieran de su boca, él sentía en el pecho la mano de ella, y al oír su voz, se apaciguaba. Y entonces, en vez de decir lo que quería decir, decía: “Nada, no es nada.” Esperaba a que ella volviera a dormirse, se levantaba y salía al balcón.
A veces no hay suficientes palabras para decir lo que uno piensa o siente, en estas ocasiones, lo único que se puede hacer es toser con fuerza o conducir el silencio hasta alguna parte. Mi abuelo optó por la primera opción, así es como, mientras la vida transcurría por su lado, comenzó a almacenar porciones de todo aquello que pensaba y no decía, y que luego, cuando no había más espacio donde guardarlo, acababa echando por la boca.

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