lunes, 14 de diciembre de 2009

El muro que nadie quiere ver

El muro sigue ahí, construido a base de orgullo y prejuicios, solidificado a conciencia por un ejército de ciegos entusiastas. Ya no estoy tan seguro quien ha sido el artífice de tan respetable obra, si una tribu de fanáticos o las garras inapelables del capitalismo. Pensándolo bien el muro no es más que miedo, un miedo solapado a las paredes de mi estómago, que bien podría ser el suyo, el de Henrietta.
Una tarde, hace un mes y medio, se marchó de casa sin ni siquiera haber llegado, sin posar sus pies diminutos en mi alfombra, sin probar el pastel que le esperaba, que tuve que comerme a cara de perro. Uno se pasa media vida esperando una especie de revelación que lo explique todo, que le de sentido a tus decisiones, un momento de claridad absoluta que justifique de algún modo todo el dolor recibido, y cuando llega ese momento te engancha mirando hacia otra parte. Así me ocurrió siempre. Lo más duro no es aceptar que el coraje pueda o no conllevar algún tipo de recompensa, lo peor es no tenerlo, no encontrarlo. Cómo enfrentarse al hecho de que todo lo que crees es una gran mentira. Vivimos en el limbo, en la planta baja de un edificio sin calefacción, y hace frío, mucho frío. Nos enviamos tarjetas de felicitación porque somos incapaces de transmitir emociones, porque nos da pánico mirar hacia adentro. Mentimos continuamente porque tenemos miedo. Estamos muertos de miedo. Las personas deberían saber decir lo que sienten pero no nos han enseñado a hacer tal cosa, sólo sabemos construir rascacielos y levantar muros. El viejo lo sabe mejor que nadie.
Tengo tantas cosas que decirte, que no creo haya en el mundo páginas suficientes, ni siquiera tengo tiempo, lo que no me falta son ganas, por mucho frío que haga seguiré aquí, en manga corta, escribiéndote las cosas que guardo dentro, para que podamos seguir adelante. Lamento no haber podido salvarte, lamento no seguir explicándote historias increíbles, lamento no hacer planes contigo, espero que ellos lo hagan.

“-¿Quieres un chicle?

-Sí, porque no.”

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