jueves, 3 de diciembre de 2009
Las puertas que yo abro
Durante veinticuatro horas vaga por la casa, una patética figura llena de horror y desesperación, desplazándose inquieto por el salón, fumando un cigarro tras otro, demasiado agobiado para comer o para pensar en algo que no fuera su difícil situación. Casi todos sus vecinos se han quitado de en medio, sin embargo él aún se resiste a caer. Acomoda las zapatillas junto a la cama y se mira los pies desnudos con determinación, buscando alguna señal, algo que le diga lo que tiene que hacer, pero los pies siguen ahí, muertos de frío y sin intención de salvarle la vida. Las penas del viejo son mis penas, sus trampas son mis trampas, la puerta que cierra el viejo es la misma puerta que yo abro, nada más.
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