domingo, 3 de enero de 2010

Dar pasos (I)

Enrique caminaba hacia la fiesta con la seguridad de haber elegido el mejor momento para cambiar su vida, unos segundos antes había echado por la borda la indecisión que había asumido como inevitable, nunca más esperaría lo que otros llamaban azar, lo que él simplemente llamaba miedo, un miedo animal que reptaba por los conductos de su cuerpo hasta solidificarse en la punta de su lengua, inutilizándola.
Los monjes budistas se sientan en los tejados, ayunan y no duermen hasta que llegan a la revelación. Yo no tuve que sentarme en ningún sitio, tampoco tuve que dejar de comer ni dormir, como y duermo en cantidades industriales, mi revelación vino por un tipo agresivo de invalidez, la imposibilidad de comprender lo incomprensible, así es como lo viví. De acuerdo con Platón, no aprendemos nada. Nuestra alma ha vivido tantas vidas que lo sabemos todo. Pero hay cosas que se me escapan. También dice que nuestra tristeza es la fuente de inspiración, nuestra musa, que el sufrimiento nos saca de nuestro autocontrol racional y permite que lo divino se canalice a través de nosotros. Es decir, el dolor puede provocar milagros. Mi milagro tiene nombre de película de acción y tiene que ver con eso, con la acción más primaria que existe, la de dar el primer paso.

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