viernes, 29 de enero de 2010

La chica de Washburn (III)

Marylin por primera vez en su vida quiere divertirse, eso es lo que me dice mientras abre los muslos suavemente, va a hacer lo que le plazca, si quiere follar con un desconocido lo hará, nadie se lo va impedir, por primera vez en su vida cree estar haciendo lo correcto, y eso, tal como está el mundo es casi un milagro. ¿Por qué no lo pasamos en grande está noche?, pregunta. ¿Por qué no ahora y aquí?, contesto. ¿Aquí?, dice señalando el local. Sí, por qué no, contesto dibujando una media sonrisa en mi cara de domingo. Marylin no necesitaba a nadie porque quería ser libre, ahora más que nunca estaba dispuesta a dar un salto a ciegas en la oscuridad, había borrado el mañana de su cabeza, había decido salvarse, lo veía en su forma de pedir la cuenta, en su andar exagerado, en su ropa ajustada, estaba claro, había descubierto su verdadero poder, el mismo que había mantenido escondido durante demasiado tiempo. Quise atarla a tierra firme, clavarla en el fondo del mar, para luego besarla poco a poco, de arriba a bajo, sintiendo su piel en mis labios, pero no pude, ahora era Marilyn quien tomaba las decisiones, me agarró de la mano y me arrastró hasta el lavabo, no pude resistirme, nadie hubiese podido. Cerró delicadamente la puerta y corrió el cerrojo, seguía agarrado de su mano, una mano firme y delicada que acabó tapándome la boca. “Cállate”, me susurró, y callé. Sentí como deslizaba la mano en mi bragueta, como acariciaba mi polla con sus dedos, sentí como apretaba su cuerpo contra el mío, sentía mientras escuchaba conversaciones de mujeres en celo, podía sentir el rencor hacia sus maridos, un rencor que se acrecentaba en cada palabra, y Marylin se adueñaba de él, y de repente yo me convertía en su marido, un marido aburrido con polillas en el ombligo y todo el odio del mundo se cernía sobre mí. Parecía darle un placer especial hacerlo en las narices de la gente, decía que era más divertido, sobretodo cuando podías convertirte en cualquier otra persona, era increíble transformar sus frustaciones en las tuyas y canalizar toda esa energía a tu favor, así es como, mientras escuchábamos todas esas historias tristes, Marylin me sacudía la polla como si le fuera la vida en ello y yo me mordía la lengua y me imaginaba a tipos con zapatillas mirando la tele, y ya nadie se oía al otro lado, tan sólo el zumbido estéril de mis oídos.

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