jueves, 7 de enero de 2010

Una lucha desigual

Henrietta era una mujer con curvas, de cabello ondulado, del tipo que incita a algunos hombres a chascar la lengua y menear la cabeza. Pero Henrietta tenía un problema, no se daba cuenta de cuanto podia gustar a los hombres, le parecía imposible, absolutamente fuera de su alcance, y eso, si cabe, aumentaba su encanto.
Probablemente si al padre de Tomás no le hubieran destinado a Labajos yo ahora no estaría aquí, tal vez estaría de otro modo, menos preocupado por lo que he hecho o dejado de hacer, tal vez estaría persiguiendo patos en la charca, provocando la carcajada de mis hijos. Siento que mi vida sería más fácil, pero nadie puede estar seguro de ello. También siento que la necesidad de escribir no me convierte en escritor, ni siquiera haber leído ese montón de libros que escondo bajo la cama me convierte en escritor, lo que en realidad me convierte en Enrique Cubiertos son los mil días que pasé junto a ella, nada más.
Abrí los ojos pero seguía durmiendo, me rodeaba la misma oscuridad, la misma innegable presencia de la noche contra la que mi cuerpo se resistía. Al principio tan sólo era una silueta inofensiva, del tamaño del dedo meñique, después comenzó a crecer, a multiplicarse, salían de todas partes, eran tantos que no podía contarlos, nos embestían, uno tras otro, ahogándonos en sus propias heces, sepultándonos bajo un montón de palabras vacías, una montaña de hombres sin rostro que se dilataba y se dilataba cada vez más, un ejército de iluminados que nos señalaba con el dedo y maldecía nuestros nombres, y mi pequeña sufría, agachaba su cabecita entre las rodillas y rezaba, porque nada parecía seguro, porque alguien se había olvidado de explicarle que el amor está reservado para los elegidos y que nosotros, no éramos más que polvo, entonces me armaba de valor y le decía que todo saldría bien, y al instante sentía como mi rostro se descomponía, y que un inmenso vacío, un mundo carente de consistencia y de forma, se instalaba en mí, y maldecía a todos los dioses del universo y me prometía a mi mismo que nunca dejaría de perseguir lo que ardía dentro de mí, fuera eso lo que fuera.

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