viernes, 8 de enero de 2010

La reina de los bandidos (I)

La vi en la barra y desde ese primer momento supe que pasaríamos la noche juntos, supe el sabor que tendrían sus pechos, supe que no habría manera de detenerla, que por mucho que pusiera de mi parte, su voracidad me secaría, dejándome hueco. Me acerqué a ella con los halagos acumulados de una semana, una semana repleta de éxitos y reproches, mi reportaje sobre los hakujin de Okinawa había acabado con las reticencias de mi redactor en jefe, al fin me había ganado un lugar en la plantilla. De la noche a la mañana me había convertido en el empleado del mes, del año, del siglo, una foto de mi primera comunión presidía el despacho del consejero delegado. Parecía improbable pero lo había conseguido, ya era uno más, un tipo normal con un trabajo normal, lo que todo demente anhelaba para pasar desapercibido. Sonreí y de inmediato me dieron unas ganas locas de arrancarle el vestido pero no entiendo por qué me conformé con mi número especial, ese mismo que me había salvado la vida dos años antes, cuando aún creía que podía conseguirlo, no se resistió, y me dejó entrar en su dulzura devastadora, y perdí. Lo primero que me dijo es que en el lugar de donde ella venía, desde pequeña, le habían enseñado a no quejarse por el sufrimiento, ni a dejarse trastornar por él, nunca el dolor debía impedirte vivir de una manera digna, perseverar era la única manera sensata de pasearse por este mundo infame, mientras decía todo eso me sentía culpable, yo que había pasado gran parte de mi vida en una familia perfecta, con un padre, una madre y unos hermanos perfectos, me resultaba imposible pensar en algo que no fuera amor, comprensión y respeto, me mordía la lengua para no decir idioteces y asentía con la cabeza como queriendo decir que me gustaba la forma en como acababa las frases y ella seguía diciendo que era mejor aceptar la vejez, la muerte y las penalidades pues todo ello formaba parte de la vida y que no hacerlo era propio de gente estúpida sin idea alguna de lo que significaba vivir y yo la miraba completamente borracho esperando una oportunidad para morderle la boca.

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