viernes, 8 de enero de 2010

La reina de los bandidos (II)

¿Por qué lo haces?, me pregunta. ¿El qué?, respondo. ¿Por qué me miras así?, interpone. ¿Cómo quieres que te mire?, contesto. No me mires así, me pones nerviosa, eso es todo. La vuelvo a mirar, esta vez tardo en contestar, quiero ser sincero. Te miro así porque mirarte de otro modo sería una traición, y no quiero traicionarme. Apoyo mi mano en su cadera y presiono suavemente en su vientre. Siento, entonces, una corriente que recorre su cuerpo, afluyendo hacia su entrepierna. Ella queda en silencio y baja la mirada. Aprovecho ese momento para acariciarle la nuca y siento un escalofrío. Una lágrima surca la cara de ella. Deberías irte a tu casa, me dice. Esta es mi casa, contesto. No quiero sufrir más, no voy a tolerar otra decepción, me dice. Aún no sabes lo que te puedo ofrecer, puede ser tan bueno como malo, le digo. No importa, déjame en paz. Cómo se hace eso, cómo diablos te dejo en paz si tu corazón late a mil por hora. Le agarro la mano y la acerco a mi boca, ella tiembla. Le desabrocho despacio la blusa, me deja hacer, sumisa. La llevo con suavidad hasta la cama y la desnudo sin prisa. Luego la penetro sin que cese el llanto, y después ella me monta vigorosamente, enrabietada. Me pide que le sujete el culo con las manos y lo apriete con fuerza, luego que clave mis uñas en la parte inferior de sus nalgas. Percibo en el interior de su coño los ecos lejanos de otro mundo, siento la contracción de sus muslos y constantemente su llanto, quiero enterrarme dentro de ella, sacarle del cuerpo todos sus órganos y sostenerlos en alto. Ella arquea la espalda y me suplica que no deje de penetrarla y mi polla devora sus entrañas, secando su vientre, dejándola sin aliento. Llegamos al éxtasis juntos y nos miramos, convencidos que hay algo en el aire que no podemos ignorar, algo que nos obliga a permanecer quietos, esperando algun tipo de revelación, pero no ocurre nada, tan sólo el demonio del amor asomando tras la puerta.

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