martes, 13 de abril de 2010

Y habló.

¿Cómo te llamas?, preguntó el viejo con un hilo de voz, casi arrepentido. Había pasado. De su boca brotaban al fin palabras, más que palabras, cuchilladas que lanzaba sobre sí mismo y que no podía controlar. La respiración del niño se oía pesada, con un latente sentimiento de peligro que le incitaba a lanzarse contra la ciudad. Esquinado en el borde del banco pegó un salto y echó a correr. El viejo no se movió. Pasaron más de dos horas antes de que pudiera levantarse. Pero cuando lo hizo ya era otro, incluso la ciudad era otra. Caminó hacia la parada de autobús reconociéndose en los escaparates, contento de estar vivo y de poder caminar sin sentir el vértigo de la locura, dando respuesta ciegamente a sus instintos.

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