lunes, 5 de abril de 2010

Desde el Mar del Norte

Tal vez no se pueda vivir en Los Ángeles sino es desde la esquizofrenia, puede que la humildad sea una losa, un estorbo que deberías canjear por un buen bronceado. Recuerdo ahora la noche que decidí, aún no sé por qué, invitarla al mítico Hugos entre Olive y Kings Road, recuerdo la cola interminable para conseguir una mesa, recuerdo como si fuera hoy mismo los amos del mundo bajando de sus descapotables saltándose el turno de los mortales, recuerdo la mirada de X, mi chica, mordiéndose la lengua, gritando hacia dentro para no estropear su peinado, recuerdo que hacía mucho frío para ser L.A. y que todos tiritábamos como si estuviéramos en Toronto o en Moscú, recuerdo mis chistes sin gracia remontando el boulevard de Santa Mónica y precipitándose sobre las casas bajas de Butler Avenue donde impartía clases de portugués sin saber ni una pizca de portugués, recuerdo la mirada del encargado revisando nuestra indumentaria y despachándonos como si fuéramos un error de la selección natural, largo, dejen paso, nos gritaba con aplastante impunidad, háganse hacia un lado, y nosotros, cabizbajos, sin fuerzas para responder, nos volvíamos al resto de la cola buscando complicidad y encontrando desprecio e indiferencia, esto era L.A., la ciudad del estado campeón, del país campeón, del estilo de vida campeón. Pero no era siempre así, también habían días luminosos, días en los que era tan fácil trepar por los rascacielos como levantar un dedo, días tan parecidos a las películas de Hollywood que te hacían creer que vivías en una de ellas, momentos para mirar el cielo tumbado en Trinity Park, momentos para perderse entre los eucaliptos con una pelota de béisbol en la mano, lanzar esa pelota al aire teniendo la seguridad de que volverá a caer, si en no tu mano cerca de ella, pero convencido de que volverá a caer, seguro, segurísimo, jugar con tu chica a los países, un juego aburrido que corrompe a las parejas acercándolas a la realidad, algo, por otra parte, imprescindible, no decir y dejar pasar la brisa entre las piernas como quien deja entrar un invitado, brindar por los razas mestizas, una y mil veces si hace falta, sobrevivir a Schwarzenneger con un poco de vino e ironía, hacer el amor sobre una tabla de surf en Hermosa Beach y jugar con las olas como quien juega con un hermano, eso era también L.A.

No hay comentarios: