martes, 9 de febrero de 2010

Lo que nunca leerá el tribunal

El viaje

Xavier de Maistre nos habla sobre los diferentes motivos del traslado, sean estos por curiosidad, por exotismo o por descubrimiento. En mi voluntad de traslado se hallan cada uno de ellos impregnados por una sutil voluntad de permanencia, quiero permanecer para poseer, para aferrarme a la belleza y guardármela para siempre. Soy un viajero imposible, es decir, soy un tipo que transita con el miedo a la pérdida atado a sus tobillos, y eso le impulsa a acumular paisajes y nombres, con la esperanza insana de que un día éstos le poseerán a él. Llevo diez años viajando ininterrumpidamente con el único propósito de sentirme libre, despreocupado, liberado de cualquier obligación y de cualquier función. Dormí en el desierto del Néguev, pedaleé contra el viento en las escarpadas tierras de Gotland, me perdí por las valles angostos de Creta, lo hice con la sensación de que algo bueno me estaba pasando, algo verdaderamente importante, y luego volví, regresé de nuevo a mi vida irreal y pensé en aquellos lugares y me sentí afortunado. A veces los pasos más profundos y largos resultan aquellos encaminados hacia el interior, podría decirse que la acción misma de dar un primer paso es la idea del viaje en si misma.

La escritura

Alguna vez pensé que no podría vivir sin escribir, pero me he dado cuenta de lo contrario, de hecho, puedo, y puedo muy bien. Sin embargo cuando escribo mi vida crece, sería absurdo negarlo. Escribí el Espantapájaros a los seis años y desde entonces no he dejado de intentarlo. Escribo para reinventar el mundo, para comprenderme más y mejor, escribo porque quiero ser libre, para elevarme por encima de lo trivial, lo que considero trivial, lo hago a pesar de jugármela en cada palabra, a pesar de tener que avanzar a oscuras, sin más armas que mi instinto, escribo para corregir mi vida, porque quizás sea lo único que pueda hacer.

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