martes, 5 de octubre de 2010

N.Y.

¿Qué puede hacer un escritor inerme, un demiurgo indefenso, un hombre al fin sin palabras, un sujeto ya sin poder para sujetar la realidad? Nada, salvo poner el cuerpo en lugar de la palabra, dejarse tocar en lugar de nombrar, abandonarse a la voracidad de la vida, sin reparos, solo, como un eunuco perverso. Se trataba de la invitación, de la llamada, de la urgencia a pasar a una dimensión más humana, más real, real de tan cutanea, epidérmica, susceptible de ser devorada. Dejarse tocar, también lastimar o, ya en lenguaje de escritores, porque no olvido que lo sigo siendo, escuchar, escuchar para dejar de hablar. ¿Qué puede hacer un escritor con dos manos como sartenes? Irse a Nueva York.

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