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La niña esponja se arrepentía de ser tan lista cada vez que alguien despertaba su ingenio. No podía no dejarles en evidencia, era como pedirle que dejara de respirar, la niña esponja tenía que decir lo que sentía. Lo contrario era un sinsentido. Decían que mostraba a los hombres lo que los hombres habían olvidado. Esos tipos arrogantes que la agasajaban con regalos y cumplidos perdían los estribos cuando les hablaba de Aristófanes y "Las Asambleistas". Aunque lo peor de todo, lo verdaderamente descorazonador era darse cuenta que el tiempo iba en su contra y que pronto crecería y se haría mayor y desde otra casa, otra ventana, quizás al otro lado de la costa que un día había imaginado, se convencería, al fin, de estar presenciando el verdadero reflejo de la vida…
*Ilustración de Monica Buzali
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