martes, 13 de enero de 2009
El Gordo
El Gordo del pene perezoso se miraba al espejo y se convencía de que la vida podía ser maravillosa. El Gordo era un tipo sedentario, no pretendía conquistar países ni fundar compañías petrolíferas, no era su intención, para qué, si todo lo que pudiera desear lo tenía a un palmo de su mano, entre el mando a distancia y la nevera. El Gordo no alardeaba de ambiciones sublimes, esperaba que la vida no le diera ni quitara nada, esperaba despertarse por las mañanas con olor a tostadas calientes. El primer día que conocí al Gordo me contó que la vecina del Quinto se untaba mermelada y que si tenías un poco de suerte podías escuchar sus gemidos. El Gordo pensaba en mujeres en bikini acariciando descapotables y luego te hablaba de la osadía admirable de Ben Johnson. El Gordo no tenía una idea especial sobre la moralidad y el porvenir de la civilización. Nunca le habían dicho que fuera inteligente. En todo caso se reconocía feliz y contento, aunque fuera vagamente. El Gordo no tenía trabajo. Más adelante ya vería. Por el momento había motivos para que estuviera feliz y contento ya que tenía un conocimiento permanente de los días inciertos, las semanas poco probables y los meses muy deficientes. El dolor de espalda le incomodaba pero, ¿acaso ha impedido el sufrimiento físico alguna vez la felicidad?
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