
sábado, 31 de enero de 2009
El otro Kurt

Sánchez

viernes, 30 de enero de 2009
El juego

* Fotografía de mi amigo Carlos Weiss (www.kineticform.com)
El pez sol

Kurt Macevicius

Los tiempos de duda se han acabado. Ese fue el primer pensamiento que ocupó la cabeza de Kurt, el segundo estuvo condicionado por aquella debilidad que lo acompañaba siempre tras formular una idea brillante, fuera ésta del signo que fuera, “no lo conseguiré, no lo conseguiré”.
Fue entre Julio y Agosto cuando Kurt Macevicius tomó la decisión de largarse, un mes después de haber perdido la virginidad y dos días antes de convertirse en algo parecido a un agente de la Stasi. Limpio, solo, desprovisto de su habitual dosis de desconfianza, se abandonó por un instante, guiado por un impulso revelador. Sin temor, con miedo.
Unos cincuenta años atrás su abuelo materno, Filipo Stombergas, había tomado una decisión a la inversa, dejaba su negocio de tejidos en el número 37 de la calle Rudnius, entre Satrijôs y Daugêsliskio, para emprender un viaje hacia el sur donde creía le esperaba su verdadero hogar.
Por supuesto está lloviendo, porque la épica sin lluvia no vale nada, y además porque así es como sucedió, aquel día de verano llovió en Madrid como nunca antes había llovido.
Kurt está empapado. Pero no importa, cómo iba a importar si los días tristes se apagan, desaparecen, sin esfuerzo.
Filipo Stombergas está sentado sobre la cama de una habitación de un hotel de Temêsvar. La ventana está abierta y una espesa niebla se cuela hacia adentro, el viejo se frota las manos mientras piensa en una casa blanca sin cuadros, ni adornos, en lo alto de un peñón poblado de gaviotas.
No nieva, llueve. Kurt toma asiento en Tirso de Molina y el vagón se arruga y se alarga como si temiera llegar a la hora. Atrás quedan aquellos días en los que Kurt, tras vaciar sus cajones y limpiar sus botas, ponía rumbo hacia la estación de autobuses en busca de algún motivo que le obligara a marcharse. No le faltaban motivos. Kurt esperaba el momento adecuado, contaba las agujas del reloj y cuando se descontaba volvía a empezar, observaba las carreras de los niños, las madres persiguiendo a esos niños, los vagabundos acostados sin perseguir a nadie, todo eso ocurría mientras su estomago se enroscaba en su garganta. No había palabra en el diccionario que pudiera definirlo.
Sus piernas nunca se decidieron a dar un primer paso, se agarrotaban, se tornaban inservibles. Kurt veía marchar un coche tras otro mientras sus piernas hacían un agujero en el suelo, donde permanecía el resto del día. Pero nunca se rindió, pensaba en el día que pudiese subir a ese coche, pensaba en el lugar donde le hubiese llevado, se imaginaba como un respetable señor de los negocios en pleno territorio de los señores más sangrientos y temerarios del mundo, y luego se echaba a reír.
Por aquel entonces el cielo era normalmente azul. Kurt pensaba en lo feliz que sería en una piscina de cien metros, con sus carriles señalizados y sus líneas subterráneas. Además había desarrollado una habilidad increíble para mantenerse quieto, era lo más cercano a una farola o a un puesto de telégrafos. La humanidad se había conjurado contra él pero Kurt quería hacer las paces con el mundo, una y otra vez. Cuando anochecía comenzaba a desesperarse, mirando a un lado y a otro en busca de no-sabe-muy-bien-el-qué, no sé, algo así como una señal que le devolviera a la vida. A veces cerraba los ojos y se imaginaba flotando encima de las nubes como si tuviera enormes globos atados a sus pies, alzaba sus brazos en posición de despegue y comenzaba a juguetear con las palomas, luego abría de nuevo los ojos, y se veía a sí mismo haciendo todo aquello y se echaba a llorar. Al rato, sin saber muy bien por qué, se cansaba de esperar, agarraba su mochila y volvía para casa (…)
La historia de M

Burt Munro

*Foto (Burt Munro montando su Indian Twin Scout en 1920)
martes, 27 de enero de 2009
Esteban y la promesa
Esteban es valiente, mucho más que cualquiera de nosotros. Esteban se ha empeñado en convertir agujeros en puentes y colmillos en langostas. Esteban lleva su corazón encima como un viajante de comercio lleva sus maletas. Y es que Esteban tiene un corazón enorme, es tan grande, tanto, que si quisiera podría repartirlo entre todos los tipos sin corazón del mundo. Me refiero a ese tipo de tíos que van por ahí plantando banderas en las entrañas de la gente.
Cualquier día Esteban abre la puerta y una chica entra, los dos se miran un rato y acaban sonriendo, los dos llevan solos demasiado tiempo, así que se abrazan un poco a ver que pasa y resulta que están tan a gusto que deciden olvidarse de todo y comienzan a bailar. Son la pareja más feliz del mundo, no hay una sola canción que no sepan bailar. Por fin están protegidos, por fin el tiempo se ha olvidado de ellos.
No sabéis lo largas que son las noches para los chicos que están asustados todo el tiempo, no sabéis lo que es estar cayendo un día tras otro, sin poder quejarte, sin culpables, sin víctimas, sin nadie que te explique el porqué.
Escucha, Esteban, si todo va bien nos embarcaremos en el transbordador que nos lleve a ese lugar donde el sol te lame las mejillas. Ese lugar tan quieto y tan mudo, tan parecido a un pastel de manzana. Ese es nuestro sitio, no hay más que decir. Deberemos ir los cuatro, tu mujer y la mía, tu perro y mi gato, tus sueños y los míos, tu corazón y mi cabeza. Juntos. Una promesa y un destino: Finlandia.
Educació (I)
son las condiciones habituales de nuestra vida.
Se han convertido incluso en necesidades
reales para muchas personas, cuyas mentes
sólo se alimentan […] de cambios súbitos y de
estímulos permanentemente renovados […] Ya
no toleramos nada que dure. Ya no sabemos
cómo hacer para lograr que el aburrimiento dé
fruto.
Entonces, todo el tema se reduce a esta
pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo
que la mente humana ha creado?
Paul Valéry
Procurar no acostumar-se a cap pràctica provisional; no deixar-se encadenar al llegat del passat; portar posada la identitat com qui vesteix camises que es poden canviar quan passen de moda; riure-se’n de les lliçons apreses i menysprear allò que sabies fer sense inhibicions ni remordiments: totes aquestes actituds s’estan convertint en els trets distintius de la línia de conducta de la modernitat liquida, i en els atributs de la racionalitat que caracteritza aquesta època. La cultura de la modernitat líquida ja no fomenta l’afany d’aprendre i acumular, com les cultures descrites en les cròniques d’historiadors. Més aviat sembla una cultura del distanciament, de la discontinuïtat i del oblit.
En aquest llibret de poc més de quaranta pàgines Zygmunt Bauman, sociòleg polonès, adscrit a la corrent del Postmodernisme, sintetitza amb gran intuïció el paper de la educació en la societat de consum del segle XXI, identificant la transformació que ha sofert en els últims anys, abandonant la noció del coneixement de la veritat útil per a tota la vida i substituint-lo per el coneixement de “usar y tirar”, vàlid mentre no es digui el contrari i d’utilitat momentània.
Abans d’entrar a analitzar l’article hauríem de definir el concepte Modernitat Liquida, terme adoptat per el propi Bauman. Aquest fa referència al trànsit d’una modernitat solida a una altre flexible, voluble, fràgil, a on ja no hi tenen cabuda els referents del passat. En paraules del propi Bauman: “En un mundo volátil como el de la modernidad líquida, en el cual casi ninguna estructura conserva su forma de tiempo suficiente para garantizar alguna confianza y cristalizarse en una responsabilidad a largo plazo, andar es mejor que estar sentado, correr es mejor que andar y hacer surf es mejor que correr ”. Es a dir, en el nostre món de canvi instantani i erràtic, les costums establertes, els marcs cognitius sòlids i les preferències pels valors estables, aquells objectius últims de l’educació ortodoxa, es tornen desavantatges. Com diu Jaeger Werner a Paideia: los ideales de la cultura griega: “(...) el mundo, tal como se vive hoy, parece más un artefacto proyectado para olvidar que un lugar para el aprendizaje”.
Aquest síndrome de la impaciència que veiem reflectida en les nostres actitud envers el món, en les nostres necessitats, ens porta inevitablement a un replantejament de les nostres estratègies educatives. Com inculcar la cultura del esforç en un societat que promou el contrari, a on aquest esforç es vist com una estupidesa o una pèrdua de temps?
El 2 de gener del 2001 a la primera plana del Washington Post, Caroline Meyer informava sobre una amplia varietat d’articles que havien envaït el mercat. Es tractava de productes de menjar ràpid, fastfood, que estalviaven temps i esforç i que podien consumir-se instantàniament sense complicacions: La empresa Lipton treia al mercat bosses de te solubles en aigua freda, Pizzaworld comercialitzava pizzes sense escorça, Agel, empresa dedicada a la nutrició, apostava per una nova tecnologia de gels en suspensió que es presentava com el substitut de fruites i verdures. Tots tres van superar en un 100% les expectatives de negoci.
Aquestes dades, si més no preocupants, mostren la implantació de la lògica economicista en les nostres vides, en el nostre temps. Com diu Bauman aquest reajustament del temps afecta directament a la vida del saber, es a dir, la mercantilització del coneixement i del accés del coneixement. Per tant hem d’enfrontar-nos aquesta situació, a on l’Educació és considerada com un mercaderia que ha de ser consumida instantàniament, en el acte i per una única vegada.
Aquí està el gran repte de l’Educació d’avui en dia, aconseguir una formació continuada, no exclusivament orientada al món laboral, si no, sobretot, encaminada a formar ciutadans crítics i reflexius.
El hombre mutante (III)
Valentina (I)

Antiguo despacho de Martin Brukman, ex-directivo de Brukman S.A Vemos algunos de los objetos que contiene: un globo terráqueo, un ordenador extrañamente antiguo, montones de papeles y una foto del Che sobre el escritorio. De la pared cuelga una tela con un lema en letras rojas, dice así: Ocupar, resistir, producir. Daniela Pessoto, nueva flamante presidente de Brukman, habla por teléfono mientras Andrea González, una empleada, espera sentada frente al escritorio.
Daniela: Sí…No…Sí…No es eso. Simplemente no podemos adelantarnos. No quiero…no…Escúchame tú…Los pedidos ya están hechos por lo tanto hay que ponerse a trabajar…No importa…te digo que no importa…Mañana sin falta estaré allí… Gracias, muchas gracias…Ciao, hasta mañana…ciao.
Daniela cuelga el teléfono y saluda efusivamente a Andrea.
Daniela: Buenos días, Andrea. ¿Todo bien?
Andrea: Muy bien. Ya están listos los pedidos del Metropolitano sólo falta embalarlos y llamar a Enrique para que se los lleve.
D: ¡Perfecto!
A: Lo de Anselmo está un poco atrasado. No han llegado los tintes que pedimos, y sin tintes no hay ropa.
D: No hay problema, ya hablé esta mañana con él y nos va a conceder una prórroga de diez días.
Ambas se miran y sonríen. Cada día se compenetran mejor. De fondo se escucha el repicar de las máquinas de coser. Daniela está pletórica. Ésta ha sido una semana redonda. Agacha la cabeza y repasa un papel que tiene sobre el escritorio.
D: Mira –dice señalando al papel- está es la prueba de que el mundo puedo funcionar sin patrones. No los necesitamos…son un estorbo. Lo ves, es tan fácil como sumar y restar. Mira, esta columna de aquí –señalando el papel- son nuestros gastos de los últimos tres meses y ésta nuestros ingresos. El resultado son nuestros beneficios. ¿Te das cuenta? Somos una empresa rentable. Mira…lo ves…
A: Sí…no hay duda, somos rentables.
D: ¿Y sabes lo que eso significa?
A: Mmmm…¿Que no van a desalojarnos?
D: Ojalá así fuera, pero esa decisión depende del juez...
A: Ya…
D: No, no es eso, me estoy refiriendo a algo que nos afecta más directamente…algo que tiene que ver con lo sensible…con nuestra dignidad…(Pausa)…¿me entiendes?
A: Más o menos.
D: Andrea hemos sido estafadas. No sólo las trabajadoras de Brukman…todos hemos sido estafados, toda la sociedad…¿lo entiendes?
Andrea asiente con la cabeza.
D: Nos han hecho creer que no podíamos, que jamás lo lograríamos sin ellos. Pero la experiencia nos ha enseñado lo contrario. Sí podemos. Claro que podemos. Lo ves –señalando al papel. Con nuestras manos –alzando la mano-, con nuestras piernas, con nuestra imaginación…Solas podemos.
Daniela tuvo que tomar aire después de sus palabras. Andrea la observaba aferrada a la silla, temerosa de caer en cualquier momento.
D: En diciembre del 2001 Brukman era una empresa semi abandonada. Sus dueños pagaban vales de dos pesos semanales en lugar de sueldos, no pagaban impuestos ni los servicios de electricidad, gas ni agua, ni nada…No hacían ningún tipo de mantenimiento y tenían deudas que duplicaban el valor de fábrica. La situación era tan calamitosa que cuando Marcelo –trabajador de la planta- enfermó, los empresarios no se hicieron cargo de su atención médica. Marcelo, de 28 años, murió y su familia sólo recibió la colecta que pudieron juntar sus compañeros. Lo pasamos muy mal entonces, muchos enojos, muchas penas. Fue realmente duro. Pero había que seguir, seguir hacia adelante. Dos meses después, cuando tomamos la planta, la fábrica se llenó de vida. La empresa que parecía terminada resultó tener mucho para dar: comenzamos a cobrar nuestros sueldos, pagamos los servicios, incluso a aquellos que tenían deudas acumuladas, arreglamos las máquinas y hasta costeamos el salario de una compañera enferma. Todo era posible.
Silencio. Daniela se empapa el sudor de la frente con un pañuelo rojo. Andrea se acomoda en la silla. Sonríe. Busca la complicidad de su compañera.
A: Me hubiese gustado estar entonces.
D: ¡Estabas! No físicamente…de otro modo quizás. Nosotras lo percibíamos…no sé cómo explicarlo…notábamos la presencia de todos lo que estaban hartos, hartos de estar hartos…Aquellos que les habían robado sus ahorros, los obreros en paro, los maestros desahuciados, los estudiantes sin futuro, todos nos empujaron a tomar la fábrica. Lo hicimos todos.
El reloj de pared marca las once menos cuarto. Al fondo las máquinas de coser siguen percutiendo sobre las mesas de costura.
El hombre mutante (II)
Al día siguiente le pido a Padre que compre unas zapatillas y le aseguro que a partir de ese momento mi vida dará un vuelco, lo quiera o no. Sin embargo lo único que consigo es otro par de collejas y un humillante "deja de engañarte, Miguel".
Mi vida sucede mientras pienso en mujeres en bikini. Acabo la Secundaria por compansión y entro en la Universidad con exceso de testosterona, allí me apunto a un club de rol y hago el amor con doce mujeres, al cabo de cuatro años me graduo y lanzo ese horrible gorro por los aires, una semana más tarde encuentro trabajo y conozco una chica que dice te quiero como quien dice buenos días y a pesar de eso me caso con ella y tengo dos hijos. Luego me doy un respiro y me siento a esperar a que sucede algo pero no sucede nada.
No me queda más remedio que vender mi deportivo. Mi mujer y mis hijos se van a Disneyworld . Soy feliz. No, miento. Soy infeliz.
Kurt Herrmann; la carta.

En el mes de febrero del 2007 el primer ministro Villepin, ante la presión mediática, tuvo que acceder a las demandas de los Hijos de Don Quijote. Ese mismo día Kurt Herrmann envío una carta a Jerome, Jean y Ricardo, unos antiguos amigos, decía así:
A menudo pienso en vosotros. No lo hago desde el rencor. Crecí en un barrio pobre al sur de Dresden y de pequeño aprendí a valerme por mí mismo. Aquello no tenía nada que ver con la individualidad y el “do it yourself” de los americanos. Aprendí sobretodo a compartir, a ayudar y ser ayudado, aprendí a sentir la gratificación del que da sin pedir nada a cambio. Y eso fue lo que me convirtió en lo que soy hoy. Desde entonces no he dejado de luchar por mis ideas, que no son más que apéndices de la realidad que me ha tocado vivir. Os escribo para compartir con vosotros el éxito de esta lucha que ha sido los Hijos de Don Quijote.
Me gustaría concluir esta carta con una historia que me ha acompañado siempre. Mi padre me la contó cuando cumplí ocho años y yo se la conté a mi hija a esa misma edad. Es una historia muy antigua pero no hay ni un solo día que deje de ser vigente. Podría ser la historia de todos nosotros y si así fuera, no hay duda, que cambiaríamos el mundo, dice así: En la primavera de 1920, un impresor anarquista llamado Andrea Salcedo fue arrestado en Nueva York por agentes del FBI en el piso décimo cuarto del edificio Park Row, sin que se le permitiera ponerse en contacto con su familia, amigos ni abogados. Más tarde encontraron su cuerpo aplastado en la acera del edificio y el FBI dijo que se había suicidado saltando por la ventana. Dos amigos de Salcedo que acababan de enterarse de la muerte de su amigo empezaron a llevar armas. Les arrestaron en un tranvía de Brockton, Massachussets, y fueron acusados de un atraco a mano armada y de un asesinato que había tenido lugar en una fábrica de zapatos dos semanas atrás. Estos amigos se llamaban Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Les llevaron a juicio, fueron declarados culpables y pasaron siete años en prisión mientras continuaban las apelaciones, al tiempo que por todo el país y por todo el mundo la gente se interesaba en su caso. En agosto de 1927, y mientras en las calles la policía disolvía manifestaciones y piquetes con arrestos y palizas y las tropas rodeaban la cárcel, fueron electrocutados.
El último mensaje de Sacco a su hijo Dante, escrito en ese inglés que tanto le había costado aprender, fue un mensaje para millones de personas en los años venideros, decía así: “ Así que, hijo mío, en lugar de llorar sé fuerte para que puedas consolar a tu madre…llévala de paseo por el campo tranquilo, recogiendo flores silvestres…pero recuerda siempre, Dante, cuando estés feliz, no uses toda tu felicidad sólo para ti. Ayuda al perseguido y a la víctima pues son tus mejores amigos…en esta lucha de la vida, encontrarás más. Ama y serás amado”
Bueno, amigos, espero que la carta tenga el efecto deseado.
Atentamente, Kurt, Hijo de Don Quijote.
viernes, 23 de enero de 2009
El hombre mutante (I)

Recuerdo la primera vez que vi un tren. Recuerdo haberle pedido al abuelo que me llevara a ver un tren, por favor, abue, llévame a ver un tren, nunca imaginé que el tren fuera esa cosa tan larga, abue, yo quiero tren, decía, y el abue me miraba como perdonándome la vida, yo quiero tren, volvía a decir, y el abuelo seguía mirándome impasible, y yo seguía y seguía con el quiero tren, y el abue se sacó un moneda de la oreja y me dijo que lo guardara por si las moscas, siempre por si las moscas. Y luego me agarró la mano y echamos a correr.
El día que el abue se murió decidí conseguirme una novia. Pero las chicas no supieron apreciar mi jersey azul de cuello alto y tuve que conformarme con la colección de dinosaurios y mi tortuga tuerta. Lo digo porque el abue era muy importante para mí y tuve que correr mucho y cansarme mucho para olvidarme de todo.
*Foto de amigo Carlos Weiss (www.kineticform.com)
martes, 20 de enero de 2009
Recursos Humanos (I)
Oí una frase que lo expresa muy bien. Ese último traje no tiene bolsillos.
Amor

domingo, 18 de enero de 2009
Miguel Montenegro (III)

Una tarde mientras el abuelo preparaba la merienda Miguel aprovechó para ponerse su traje de atravesar paredes, pero tampoco tuvo suerte. La puerta seguía atrancada. Lo intentó todo, rayos infrarrojos, patadas voladoras, polvos mágicos y truenos-de-las-ocasiones-especiales. Pero no hubo manera.
Entonces Miguel ideó un plan.
Como robar no es lo mismo que pedir prestado y pedir prestado no es lo mismo que robar sino todo lo contrario Miguel hizo cuatro padrenuestros y le pidió a jesusito que mirara hacia otro lado.
El plan consistía en esperar a la hora de la siesta, convencer a Luisito, el enano, que tres semanas de ropa plegada y cama hecha, bien equivalían a un minuto de guardia, decirle a la abuela que una llave sin llavero es como un hijo sin padres, quitarse los zapatos y arrastrar los pies hasta la puerta y abrirla, sin más. El éxito dependía de su habilidad para atraer un poco de ternura al hecho culminante, parecer un poco dulce y un poco iluso, y dar pasos firmes hacia el otro lado. Llegada la hora el enano ocuparía su lugar y Miguel miraría hacia el techo y pensaría en lo último que le había dicho el abuelo, aquello de que debía olvidarse de lo que creía que tenía que pasar y hacer que aquello pasase, de ese modo todo iría mejor, y luego con un poco de lo que tenía y otro poco de lo que le faltaba caminaría hacia la puerta y la abriría porque así lo había dictaminado el destino. Y eso hizo.
Al otro lado.
Ante él miles de libros dispuestos en armarios que llegan hasta el techo. Veinticinco estantes, treinta centímetros por estante, veintiún siglos de literatura universal, cuarenta y tres manuales de gramática, trescientos mapas cartográficos, ocho atlas de anatomía humana y un librito con letras doradas y torso bronceado que llamó su atención. Miguel trepó para alcanzarlo y lo alcanzó. Y allí lo ojeó y lo volvió a ojear y el mundo se detuvo y la vida, de repente, se transformó en un parque de atracciones.
Pasaron los minutos, Luisito dejó su puesto y el abuelo comenzó a desperezarse. Miguel continuó absorto en la lectura. No había libros que no pudiese alcanzar, ni armarios lo suficiente altos, tan sólo manos y piernas de menos. Por eso se derrumbó. Porque sus pequeños pies ya no sostenían su peso de gigante.
Mientras se desplomaba se imaginaba a si mismo como un astronauta y sólo cuando alcanzó el suelo se impuso el dolor. Tras el impacto se oyeron los pasos apresurados del abuelo. Se avecinaba lo peor. Miguel consiguió levantarse pero no alcanzó a dar un paso. Unas gotas de sangre con sabor a jugo de tomate acariciaban sus mejillas…
jueves, 15 de enero de 2009
El día A
Pasquale (I)

Asfalto (I)

martes, 13 de enero de 2009
Jacob Gravosky
Ángela: He dejado el trabajo.
Jacob: ¿Cómo dice?
A: No volveré a pisar ese maldito despacho.
J: ¿Perdón?
A: Ya se lo he dicho.
J: ¿Y qué es lo que dijo?
A: Dije que dejé el trabajo.
J: Eso está bien.
A: Lo sé, es lo mejor que he hecho en mi vida.
J: Entonces ahora podrá darle de comer a las palomas.
A: Sí, ahora podré hacer lo que quiera.
J: Dígame una cosa.
A: ¿Qué?
J: Debería haberlo hecho antes. Dejar el trabajo, digo, debería haberlo...ya sabe...dejarlo antes.
Angela le miró a la cara. Su forma de hablar le convenía lo suficiente como para seguir insistiendo, pero se detuvo unos instantes contando las cicatrices que salpicaban su rostro.
A: A menudo hacemos cosas que no nos convienen.
J: Lo sé, forma parte de la vida.
A: No quiero que se compadezca de mí.
J: Ya sé, señorita. No tiene porque darme explicaciones.
A: Esta bien, le diré la verdad. Sí, dejé el trabajo, pero no vine aquí para hablar de eso. Estoy revolucionando mi vida.
J: ¿Qué quiere decir con eso?
A: Fácil. Se trata de hacer lo que a uno le apetece en cada momento. Si quiero dar un paseo por Central Park, lo hago, si quiero leer un rato me cuelo en Prithard’s y leo, si quiero conversar con alguien me siento en un banco y…
J: ...le explica su vida…
A: Fácil, no…
Ambos sonrieron. La vida no era tan complicada al fin y al cabo.
A: Sabe, lo único que siento es haber tardado tanto en darme cuenta de todo esto.
J: Entonces ¿Qué es lo que le hizo cambiar de opinión?
A: Conocí a alguien.
Jacob intentó imaginarse aquella persona que había conseguido transformar la vida de Ángela. Y no pudo evitar sentir algo de envidia.
J: ¿Y quién es él?
A: Es una mujer. Se llama Nadia.
J: ¿Nadia?
A: Sí, Nadia.
J: Aha…
A: La conocí mientras escarbaba en los contenedores de la Tercera con Broadway. Tropecé con ella.
J: ¿Estaba escarbando en la basura?
A: Sí, digamos que estaba reciclando comida.
J: No entiendo.
A: Se lo explicaré. Iba yo vuelta loca caminando hacia a Braodway. Llegaba tarde a una cita en un restaurante del centro. Una cita importantísima con un tipo que quería acostarse conmigo.
J: Aha…
A: Algo, por otra parte, que no solía suceder muy habitualmente.
J: No me lo creo.
A: ¿El qué?
J: Que no le suceda habitualmente.
A: Ja, ja, ja. Gracias, muy amable. Pero déjeme explicarle.
J: Adelante.
A: Pues mientras me dirigía hacia la cita tropecé con el trasero de Nadia. Miles, qué digo, millones de traseros revoloteando por la ciudad y me tocó aquel culito famélico. Indignada me volteé para pedir explicaciones, pero no tuve tiempo, Nadia ya se había excusado y me había ofrecido un jugo de naranja.
J: ¿Un jugo de naranja?
A: Sí, un jugo recién exprimido, que según sus propias palabras me regalaba la ciudad de Nueva York.
J: Aha...
A: Nadia me explicó que cada noche en la ciudad de Nueva York se lanzaban a la basura más de tres mil toneladas de comida en perfecto estado. Y que al mismo tiempo y en la misma ciudad se morían más de diez personas al día por inanición, la mayoría niños.
J: ¿Cómo es posible que mueran niños de hambre en NY?
A: Parece imposible pero eso es lo que ocurre.
J: Sigo sin creérmelo.
Ángela seguía insistiendo.
A: ¿No lo entiende?Aquellos hombres y mujeres que me crucé aquella noche era el resultado de una situación insostenible. Representaban la avanzadilla de un movimiento que no paraba de crecer. Formaban parte de una organización que se autodenominaba Freegan.
J: ¿De qué diablos me está hablando?
A: Le hablo de los freegans…
J: Aha…los freegans
A: ¡Exacto! ¡Los freegans!
J: Claro, ya veo...
A: Nadia me explicó que en la puerta de supermercados neoyorquinos como D’Agostino, en el barrio de Midtown, se hacinan cada noche decenas de bolsas de supuestos residuos. Pero si uno mira dentro es posible encontrar todo tipo de frutas y verduras en perfecto estado, yogures, zumos de fruta, pasta, arroz, huevos, carne, pescado ahumado…
J: Debería ir a dar una vuelta por Midtown.
A: No hace falta ir a Midtown, en cualquier lugar puedes encontrar alimentos desechados en perfecto estado, restaurantes, supermercados, hoteles, oficinas…
J: ¿Y si están caducados?
A: Quizá lleven un día caducadas. Quizá caduquen dos días después. La diferencia, dicen, es imperceptible. Los comercios ponen esas fechas mucho antes de lo necesario.
A: Por la sobreabundancia. Muchos supermercados simplemente tiran productos cuando les llegan otros más frescos por falta de espacio.
J: ¡Cabrones!
A: Escuche esto. Según un estudio de la Universidad de Arizona, el 40% de los alimentos que se producen en Estados Unidos acaba en la basura sin pasar por ningún estómago; lo que significa que las familias tiran cada año al estercolero 40.000 millones de dólares. Un escándalo si se tiene en cuenta que hay 852 millones de personas malnutridas en el mundo, según la FAO, y que dentro de una ciudad como Nueva York, casi dos millones de personas viven por debajo del índice de pobreza, según el censo nacional.
J: No es posible.
Jacob sintió una impotencia arrebatadora. Se aferró al banco, su banco, en el que había pasado la mayor parte de sus últimos veinte años de vida y soltó un quejido sordo. Ángela prosiguió.
A: Hoy hace una semana que tuve mi primera jornada como freegana. Encontré 130 bagels perfectamente limpios y empaquetados. Y me juré a mí misma que nunca volvería a pagar por ellos. Sin embargo esto es sólo el principio. He declarado la guerra al dinero.
Jacob la miró entre aterrorizado y fascinado. Los cimientos del mundo comenzaban a tambalearse. Y gente como Ángela eran los causantes.
A: Además mira –dijo señalándose la blusa. Ves esto. Lo cambié por mi teléfono móvil.
Jacob sonrío, ambos explotaron en carcajadas. El parque se había llenado de vida, niños correteando, jóvenes jugando al beisbol, ancianos leyendo el periódico y un tipo tocando el violín.
Ángela se puso de pie, le tendió la mano y le propuso:
-¿Baila?
Él la miró perplejo.
J: ¿Bailar?
A: ¿No sabe bailar?
J: La verdad es que no.
A: ¿Por qué no?
J: Nadie me enseñó.
A: Venga, le enseñaré.
Ángela le tomó la mano y colocó su mano libre en la espalda de Jacob. El cuál no apartó la vista de los pies de su acompañante, a pesar de que no pudo evitar pisarla. Ella no se quejó. Cada vez que Jacob levantaba la vista se encontraba la mirada fija de Ángela clavada en sus ojos. Hacía tiempo que no se sentían tan a gusto. Giraban de un lado al otro del parque, sorteando a niños, madres y pelotas.
A: ¡Necesitas practicar! Pero después de una semana, quién sabe, ¡quizás te vea subido en los escenarios de Broadway!
Jacob, resoplando, se dejó caer en el banco.
J:¡¡Uff…no puedo más!!
Estuvieron un tiempo en silencio. Luego Ángela hizo ademán de marcharse.
A: Bueno, he de irme, Fred Astaire.
J: No se vaya tan pronto.
A: Es que quedé con un amigo para reparar mi bicicleta.
J: Repárala otro día.
A: No puedo. No tengo forma de avisarle.
J: No tuviste que haber vendido tu móvil.
A: No lo vendí, lo cambié.
J: Ah…
A: Nos vemos otro día. Ya sé donde encontrarte.
J: Esta bien. Aquí estaré.
Jacob se sentía triste y no entendía por qué. Ángela se acercó hacia él y lo abrazó. También ella se sentía rara, hubiese preferido quedarse. No lo hizo. Le deseó mucha suerte y le prometió que algún día regresaría. Cuando ya se alejaba Jacob se puso de pie, y con la mano alzada, gritó:
- ¡Suerte!
En otros tiempos Jacob había sido un tipo importante. Hoy ya no lo era. Sus dedos olían a comida de paloma. Nunca hablaba con nadie de lo que había conseguido, tenía miedo de que alguien le echara en cara su nueva actitud ante la vida. Aquella mañana sintió como ardían sus entrañas. Se levantó y cruzó Central Park a paso ligero. Luego se coló en un cine de adultos de la Quinta Avenida. A su lado se sentó un tipo que dijo llamarse Miguel Montenegro. También dijo que había venido a Nueva York para cazar mariposas, pero que sólo había encontrado gusanos y ratas.
Los Debbs
Miguel Montenegro (II)
Ángela y Roberto
El Gordo
Elseñorcanoestáenrenteria
Archivo
-
►
2010
(64)
- ► septiembre (1)
-
▼
2009
(96)
-
▼
enero
(26)
- El otro Kurt
- Sánchez
- El juego
- El pez sol
- Kurt Macevicius
- La historia de M
- Burt Munro
- Esteban y la promesa
- Educació (I)
- El hombre mutante (III)
- Valentina (I)
- El hombre mutante (II)
- Kurt Herrmann; la carta.
- El hombre mutante (I)
- Recursos Humanos (I)
- Amor
- Miguel Montenegro (III)
- El día A
- Pasquale (I)
- Asfalto (I)
- Jacob Gravosky
- Los Debbs
- Miguel Montenegro (II)
- Ángela y Roberto
- El Gordo
- Elseñorcanoestáenrenteria
-
▼
enero
(26)